Me alegré cuando descubrí en la página de UNESCO del gran viajero Florencio Moreno, que la encantadora ciudad inglesa de York había sido añadida a la lista tentativa para devenir en un futuro un patrimonio mundial, pues la sensación que me produjo en el año 2014, cuando la visité, fue muy positiva, al igual que Chester (cerca de Liverpool), que también conocí en ese mismo viaje. Ambas (York y Chester) son ciudades fundadas por los romanos en su provincia Britannia.

Llegué a York en tren y caminé hacia el centro, donde lo primero que hice fue ordenar en una cafetería un típico english breakfast, por el que pagué 5 libras esterlinas. Recuerdo que luego crucé un puente y ascendí por las imponentes murallas, hasta que divisé la catedral católica, que es de estilo gótico, de la que averigüé al llegar que había sido construida a partir del año 1220. Había dos entradas; por una accedían los parroquianos normales y por la otra estaba escrito en inglés que era la preferencial para los peregrinos. Y fue la que yo elegí. Al poco rato conocí a un párroco que me habló de la persecución de los católicos por los ingleses anglicanos, asesinando a muchos miles de ellos, y me señaló una placa donde se informaba de tales masacres y se enumeraban los mártires. Por ese párroco supe que fue tras la negativa del Papa de Roma a conceder el divorcio al rey inglés Enrique VIII para separarse de su esposa, que era Catalina de Aragón, la hija de los Reyes Católicos, que el tal rey inició una campaña para criminalizar a los católicos, provocando verdaderos genocidios.

Justo es decir que, a pesar de que la catedral de York es la más grande del norte de Europa entre las catedrales góticas, y que sus vidrieras son maravillosas, la catedral de Chester me gustó mucho más al coincidir durante las prácticas de un coro con música de los órganos.

Poco después advertí una estatua de piedra del emperador romano Constantino I el Grande, que fue precisamente en esa cuidad romana proclamado emperador en el año 306 de Nuestra Era. Y le pedí a un indígena que me hiciera una foto junto a la estatua, para tenerla de recuerdo.

Deambulé por la parte vieja de York unas 6 horas más, hasta que a media tarde entré en un supermercado a comprarme dos bocadillos de mortadela más un litro de zumo de naranja y proseguí mi viaje en tren por Inglaterra.