Xi’an (por Jorge Sánchez)
Este es uno de los patrimonios mundiales que te hacen admirar China y sus gentes. Y es que trabajar 700.000 chinos al unísono para construir durante casi 40 años un mausoleo con unas 8.000 figuras de terracota (entre soldados y caballos), sólo es comparable a las colosales edificaciones como la Gran Muralla china (precisamente la ordenó erigir el mismo Emperador Qin Shi Huang), el Gran Canal chino, o la Gran Pirámide de Guiza.
El año 1982 llegué en tren a Xi’an (proveniente de Urumchi, en Sinkiang), y lo primero que hice tras localizar un alojamiento donde aceptaban extranjeros, fue comprar una excursión para visitar al día siguiente el Mausoleo del emperador Qin Shi Huang. Era complicado en esos años ir solo a ese mausoleo con los guerreros de terracota, pues quedaba a casi una hora en autobús; no había infraestructura turística (se acababa de descubrir ese mausoleo en el año 1976, y en el 1982 era poco conocido). De todos modos la excursión era baratísima y mi chino aceptable para poder comprender las explicaciones del guía.
El día siguiente bien temprano abordé un autobús junto a unos 40 chinos, donde yo fui el único extranjero. El guía nos condujo en primer lugar a ver unos túmulos y tumbas, que debían ser interesantes, pero no siendo un especialista en historia china me fueron más bien indiferentes y deseaba cuanto antes llegar al plato fuerte, a las 8.000 figuras de terracota. Cuando llegamos, tras algunas explicaciones, el guía nos dejó libres por un buen rato. Aquello era extraordinario, un trabajo de chinos; todas las caras de los guerreros eran diferentes, no había dos repetidas. Algunas estatuas estaban descabezadas pero no averigüé la razón. Tras llevarnos luego a unas tiendas a ver si comprábamos algo para que al guía y el chófer les dieran una comisión, nos devolvieron a media tarde al centro de Xi’an.
No volvería a Xi’an hasta 35 años más tarde, pero esta vez buscaba otras atracciones turísticas relacionadas con la Ruta de la Seda (Xi’an era el punto final de tal ruta) que durante mi primer viaje ignoré, como rendir respeto a mi viajero favorito, el monje budista Xuanzang, que en el siglo VII realizó un épico viaje a Nalanda, en India, para traer 18 años más tarde unos sutras budistas que depositó en la Gran Pagoda del Ganso Salvaje, en Xi’an. Cuando murió lo enterraron en un monasterio a medio centenar de kilómetros al norte de Xi’an. Frente a la pagoda estaba su estatua, y le pedí en chino a un chino que me tomara una foto junto a él. Estaba alborozado. Aproveché esa segunda estancia para visitar otro lugar notable de Xi’an, aun cuando no se encuentre incluido en el patrimonio mundial de UNESCO: la primera mezquita en China, erigida en el siglo VIII. A los chinos musulmanes pobres que no pueden permitirse viajar a La Meca y Medina, el simple hecho de peregrinar a esa mezquita les equivale a haber cumplido el precepto del hajj.