Llegué ya oscureciendo a Weimar y apenas vi nada de la ciudad ese primer día, salvo la plaza del Teatro con las estatuas de los dos amigos poetas, filósofos y humanistas Johann Wolfgang von Goethe y Johann Christoph Friedrich von Schiller, cuando salí de mi hostal por la noche para comprarme un bocadillo de mortadela en un supermercado vecino (en Goetheplatz).
Por la mañana dispuse de todo el día completo para intentar visitar la mayoría de los once lugares que componen este Patrimonio Mundial. Entre ellos no me perdí:
– la Casa de Goethe
– la Casa de Schiller
– el Castillo de Belvedere
– la Iglesia de la ciudad
– la Biblioteca de la Duquesa Ana Amalia (si bien sólo vi su sala rococó)
Algunos sitios los ignoré, como el cementerio, pues me ponen triste, aunque vi otros lugares fuera del Patrimonio Mundial que también me complacieron, tales como parques, palacios e iglesias. La ciudad era muy grata y la mayoría de la arquitectura de sus casas era muy original. Como en el hostal me habían regalado un mapa con los atractivos de la ciudad, yo los fui siguiendo de modo sistemático. Volví a la plaza del Teatro para tomar fotografías a la luz del día del monumento de los amigos Goethe y Schiller. Aunque habían nacido en lugares diferentes (Goethe en el hoy estado federado de Hesse y Schiller en el de Baden-Wurtemberg) fue en Weimar que hicieron amistad y pasaron los últimos días de sus vidas.
La Casa de Goethe era un museo con trebejos de la época mostrando la atmósfera de los tiempos cuando Weimar era la ciudad más cultural de Europa, mientras que la casa de Schiller era de cuento. Detrás de ella se hallaba su museo. Por todas partes había signos de UNESCO y mapas, así que era muy fácil orientarse por la ciudad. De camino a la estación de tren visité el Bauhaus-Museum, que constituye otro Patrimonio Mundial de UNESCO.
