Vía Francígena (por Jorge Sánchez)
Es extraño que las variantes francesas y españolas del Camino de Santiago estén inscritas, con todo merecimiento, como Patrimonios Mundiales en la UNESCO, y no lo esté la Vía Francígena, que también tiene una gran importancia histórica en el plano europeo. La Vía Francígena es un peregrinaje de alrededor de 1.800 kilómetros que se completa a pie en unos ochenta días, cuyo inicio es Canterbury y su destino Roma. Se realiza con el anhelo de visitar la tumba del Apóstol San Pedro. El primer peregrino de la Vía Francígena (llamada así por atravesar Francia) fue el arzobispo de Canterbury Sigerico el Serio, en el siglo X.
La Vía Francígena atraviesa cuatro países: Inglaterra, Francia, Suiza e Italia. En Inglaterra se concluye en una jornada, pues son apenas 30 kilómetros a caminar, desde Canterbury al puerto de Dover, desde donde se toma un ferry a Calais, en Francia. (Para mí ese fue uno de los días más duros del peregrinaje debido al barro del camino, pues lo realicé el mes de enero del año 2016 tras un día de lluvia). En Francia hay unos 810 kilómetros, que se suelen recorrer a pie en unos 30 días. La parte suiza transcurre por unos 210 kilómetros, que se transitan en un máximo de 10 días. Y la parte italiana, la más desarrollada, consta de unos 950 kilómetros y se realiza en unos 40 días. Aunque una vez que crucé de Suiza a Italia utilizaba con las gentes el bello idioma italiano, al llegar a Aosta noté que muchos carteles estaban escritos en francés. Y es que el Valle de Aosta es una región de estatuto especial en Italia (lo mismo que Cerdeña, Sicilia, Trentino-Alto Adigio, y Friuli-Venecia Julia). Tanto el italiano como el francés son lenguas oficiales en el Valle de Aosta, aunque mucha gente habla, además, el dialecto valdostano del idioma franco-provenzal.
En la Oficina de Turismo de Aosta me trataron muy bien, me sellaron la Credencial del Peregrino que traía desde Dover, me regalaron mapas, folletos y libros, a la par que me indicaron el albergue de peregrinos. Sin embargo, tras invertir unas 3 horas en visitar los atractivos turísticos de la ciudad, como la Casa natal de San Anselmo (que fue arzobispo de Canterbury y un Doctor de la Iglesia), la Cattedral di Santa Maria Assunta, una colegiata del siglo X más el imponente Arco de Augusto y demás restos romanos, preferí seguir caminando, no parando hasta Châtillon, en cuyo refugio de peregrinos pernocté.