Vaya, vaya, aquí hay muralla
Quienes tengáis cierta edad quizás recordéis una canción que se hizo popular a finales de la década de los ochenta del siglo XX. Se titulaba Aquí no hay playa y la firmaba una efímera banda que se hacían llamar The Refrescos. Su estribillo pegadizo y las múltiples alusiones a la ciudad de Madrid la hicieron enormemente popular en aquellos tiempos de la post-movida madrileña. El grupo no duró mucho, aunque consiguió pasar a la posteridad con el tema, que en cierta manera metía el dedo en el ojo de los ciudadanos madrileños al recordarles la que probablemente sea su mayor carencia: la ausencia, y la lejanía, de mar y playa en el entorno de la capital.
Al igual de lo que sucede con Madrid, tampoco hay playa en Lugo. Sin embargo, y a diferencia de la capital española, la ciudad lucense presume de una muralla en excelente estado de conservación. De origen romano, la fortificación que rodeaba la antigua población romana de Lucus Augusti se ha conservado prácticamente íntegra desde que fue construida, posiblemente a finales del siglo III o comienzos del siglo IV. A pesar de sufrir diversas agresiones a manos de vándalos, suevos y visigodos e incluso del mismísimo Almanzor, cuyas huestes consiguieron derribar uno de sus lienzos, pero no hacerse con el control de la ciudad, ha conseguido mantenerse en pie hasta nuestros días.
Para hacerse una idea de lo que la muralla lucense supone, nada mejor que recurrir a la frialdad de los datos. Con un perímetro de más de dos mil doscientos metros la fortificación rodea toda la población luguesa, conservando nada menos que setenta y una torres defensivas de las ochenta y cinco que presumiblemente llegó a tener. El material constructivo fue el granito, en el cual se fueron intercalando lajas de pizarra que actuaron como argamasa en algunos puntos. El espesor de los muros supera los cuatro metros, llegando a los siete en algunos puntos. La mayor parte de las torres son cilíndricas, aunque once de ellas tienen planta cuadrangular, y su altura se aproximaba a los trece metros en varios casos. La distancia entre ellas varía entre los nueve y los diecisiete metros, suficientes para evitar los ángulos muertos.
Cinco puertas daban paso al interior del recinto en sus orígenes, siendo su número posteriormente ampliado a las diez actuales. Tan solo cuatro de ellas permiten el tráfico de vehículos y las seis restantes están limitadas a los peatones. La población lucense se desarrolló en su interior, ayudada por el hecho de que, inexplicablemente, el recinto amurallado incluía zonas completamente despobladas cuando fue construido. La puerta principal era conocida como Porta Castelli y ha desaparecido. El acceso se efectuaba a través de portales de madera, eliminados definitivamente en el siglo XIX, y para llegar hasta ellos había que superar un foso, que en la actualidad se encuentra colmatado en su mayor parte, aunque se adivina su presencia en algunos puntos.
El cubano Nicolás Guillén compuso un poema titulado La muralla posiblemente en la década de los cincuenta del siglo XX. A finales de la década de los sesenta del mismo siglo, el grupo chileno Quilapayún le proporcionó arreglos musicales, siendo posteriormente versionado por un dúo de músicos españoles que lo hicieron popular unos años más tarde. Tema de innegable corrección política, con evidentes y presuntas connotaciones revolucionarias, postula sobre la apertura y cierre de murallas dependiendo de la afinidad ideológica de aquel que llegue a sus puertas. Posiblemente así ocurriera en Lugo en sus orígenes, pero ya no. Actualmente, la antigua muralla de Lucus Augusti está abierta para todo aquel que quiera visitarla y dar una vuelta por su adarve, que puede recorrerse de manera íntegra en todo su perímetro. Afortunadamente, el cierre de murallas ya es cosa del pasado y tan solo permanece en la mente de aquellos quienes, incluso en pleno siglo XXI, todavía lo añoran.