Vatnajökull (por Jorge Sánchez)
En agosto del año 1997 llegué a Islandia en barco desde Bergen (Noruega), con una escala de medio día en las islas Feroe, y un día después desembarqué en Seyðisfjörður, un puerto al este de Islandia.
A bordo del barco hice amistad con una simpática pareja de valencianos que se desempeñaban en su ciudad de guardias civiles, y al llegar al puerto islandés me llevaron con ellos en su todoterreno hacia el Parque Nacional del Vatnajökull, del cual afirmaban que el glaciar Vatna (el más grande de Islandia y el segundo en volumen de Europa) poseía cualidades especiales al tener forma de pirámide, por ello emanaba una energía sutil proveniente del centro del planeta Tierra. Durante el trayecto observamos géiseres y cascadas, donde parábamos para tomar fotografías. En una de esas paradas el valenciano me tomó una foto junto a su esposa.
La primera noche nos detuvimos en Höfn, donde dormí en una barraca de madera perteneciente a un albergue. A pesar de encontrarme en agosto, pasé frío.
Por la mañana proseguimos hasta el glaciar Vatna, donde nos separamos pues ellos viajaban a un nivel económico muy superior al mío y habían reservado actividades para explorar ese glaciar, como una excursión en barca por un lago, mientras que yo no. Por ello, pasé el resto del día en solitario caminando al azar, ya que en esos tiempos no había ningún Visitor Center que te diera mapas e información turística, como sí los hay en la actualidad, aunque noté la presencia de guardabosques pero no me dirigí a ninguno de ellos por temor de que la visita a ese parque fuera de pago y me exigieran comprar un billete, lo cual no podría hacer pues Islandia era el destino final de una larga vuelta al mundo de casi un año de duración y ya había agotado casi todo mi dinero en visitas a Corea del Norte, a la isla de Pascua, a las islas Galápagos, al Salto Ángel, a las islas ABC (Aruba, Bonaire y Curaçao), a las líneas de Nazca en una avioneta, etc.
No obstante, caminando por libre vi diversos glaciares, focas nadando, volcanes activos en la lontananza, entré en una cueva de hielo y disfruté de paisajes de ensueño.
A media tarde regresé a la carretera y continué en autostop hacia Reikiavik realizando paradas en lugares fantásticos, como Vík í Mýrdal. En verdad, Islandia es una obra de arte de la naturaleza.