Una sombra de duda
«Yeah, she always likes to leave me with a shadow of a doubt» (Tom Petty)
Muchas sombras de duda se ciernen sobre el contrabando, actividad habitual en el término municipal de Valencia de Alcántara durante la segunda mitad del siglo XX. También conocido como estraperlo, el contrabando refiere a la compraventa clandestina de una serie de mercancías sometidas a tasas que, mediante la realización de esta práctica, son evadidas. Se trata, por consiguiente, de un ejercicio ilegal, que conlleva una conducta maliciosa y cuya práctica está considerada un delito. Acto delictivo que alcanza cotas superiores cuando la posesión o el consumo del material transportado de manera ilícita constituye un delito en sí.
Partiendo de la base de que el estraperlo era una actividad delictiva, no resulta difícil deducir que también resultaba una práctica muy lucrativa. En el caso que nos atañe, y sin llegar al nivel de los traficantes de sustancias prohibidas, hubo contrabandistas que hicieron negocio y lograron amasar pequeñas fortunas vendiendo los productos que transportaban ilegalmente desde Portugal en diversas zonas de la provincia de Cáceres y hasta en tierras madrileñas. Sin embargo, me atrevo a afirmar que la mayor parte de ellos no actuaban de esta manera para enriquecerse, sino con el único objetivo de sacar adelante a sus familias en una época en la que conseguirlo resultaba una tarea ardua.
Cada atardecer, especialmente durante las negras noches de invierno, se repetía el acostumbrado ritual. Ataviado con ropa oscura, caminando con sigilo, ayudado tan solo por una pequeña linterna o un mechero para iluminarse en ocasiones, el contrabandista cruzaba la frontera con el país vecino. Lo hacía por sendas y veredas en las que conocía hasta la posición de los guijarros, que esquivaba con soltura. Una vez cargada la mercancía, generalmente consistente en unos pocos kilos de café, retornaba a España por donde había venido. O quizás por otro sendero para tratar de prevenir encuentros indeseados. Mucho menos habituados al entorno, los miembros de la Guardia Civil trataban de evitar lo que en general era inevitable y normalmente retornaban a sus casas con las manos vacías.
Creo no equivocarme al afirmar que el punto álgido del contrabando en la frontera hispano-portuguesa se alcanzó en las décadas de los sesenta y los setenta del siglo XX. Con la llegada de la democracia a España las tornas comenzaron a cambiar y, una vez establecido el espacio Schengen a comienzos de la década de los noventa del mencionado siglo, el estraperlo pasó a mejor vida. Desde entonces, la vida en esa zona rayana ha cambiado mucho y sus habitantes actuales tienden a imaginar a los antiguos contrabandistas envueltos en una especie de aura legendaria. Nada más lejos de la realidad. El estraperlista medio más que vivir, sinvivía. Siempre asustado ante la posibilidad de ser parado y que le requisaran la preciada mercancía, recurría a múltiples artimañas para tratar de evitarlo. En la mayor parte de las ocasiones, convivía en la misma población, como era el caso de Valencia de Alcántara, con los miembros de la Guardia Civil obligados a detenerle. La connivencia era, por consiguiente, un hecho casi cotidiano.
Han pasado tres décadas desde que aquellos oscuros tiempos pertenecen al pasado y quienes los vivimos, aunque fuera de manera lateral, sentimos un cierto alivio. El estraperlo ya es historia en La Raya y, aparte de algunos nostálgicos, nadie lo echa de menos. Transmitidas de abuelos a nietos, las batallitas de sus protagonistas siguen siendo relatadas, pero ya desprenden un innegable aroma a rancio. Guste o no, el contrabando ya forma parte tan solo del recuerdo. Y a los senderistas que ahora recorren sus rutas, la única sombra de duda que les pudiera quedar es saber si durante el trayecto recorrido se mantuvieron siempre en España o en algún momento llegaron a internarse en territorio portugués.