Tréveris (por Jorge Sánchez)
Al salir de la estación de Trier (me cuesta llamar a esa ciudad Tréveris), un anuncio me saludaba con un «Willkommen in Trier». Me proveí de folletos y mapas en la Oficina de Turismo y me lancé a explorar esa ciudad. Lo más cercano a la estación de tren era la famosa Porta Nigra, el distintivo de la ciudad. A mí me encantó. Impacta por su sólida y poderosa construcción. Pero aún más cuando, gracias a los folletos que me acababan de regalar, aprendí la historia del monje Simeón (nacido en Siracusa, de padre griego), que en el siglo XI se instaló en esa Puerta, como un anacoreta, hasta su muerte. Una placa sobre la Porta Nigra explica está a él dedicada. Esa puerta combina belleza, historia y, gracias a Simeón, también espiritualidad. Tras la muerte de Simeón se erigió un santuario con lo cual la Porta Nigra se convirtió en una iglesia. Por desgracia, Napoleón destruyó la iglesia y el santuario de su interior, efectuando, además, unos cambios en su estructura.
Justo enfrente se localizaba el Stadmuseum Simeonstift, donde entré, y gracias a su estructura, estatuas y un film documental, aprendí todavía más sobre esa Porta Nigra, San Simeón y, en general, sobre la historia de Trier, hasta nuestros días.
Además de esa puerta, de cuyas formas me enamoré, paseé por la Plaza del Mercado, advertí la casa donde nació Karl Marx (pero no entré en ella porque por culpa de sus ideales surgió en el siglo XX un movimiento político que puso sus ideas en práctica y causó 100 millones de muertos), la Catedral de San Pedro (donde compré un cirio), la Iglesia de Nuestra Señora, hasta que finalmente arribé al famoso puente sobre el río Mosela. Allí, en el medio del puente, advertí una placa con el símbolo de UNESCO. Junto a ese puente (Römerbrücke) hallé con una alegría indescriptible ¡un signo del Jakobweg! ¡Trier era, además de bella, histórica y sagrada, una ciudad jacobea!
Pronto se hizo oscuro. Pensé pasar la noche a los pies de la Porta Nigra, como un homenaje a San Simeón (que también había sido viajero y peregrinó a Tierra Santa y al Sinaí), pero como era febrero y hacía mucho frío, al final me alojaría en el dormitorio comunal de un acogedor albergue de juventud a unos 15 minutos a pie de allí, siguiendo el curso del río Mosela.