Tragedia en el paraíso
En la ruta que va desde Candidasa, en la costa este de la isla, hacia Ubud, localizada en el interior, pueden verse los que quizá sean los paisajes más impresionantes de todo Bali. No lejos de esta última localidad tuve oportunidad de ver arrozales de un resplandeciente color verde, el verde más bonito que he visto nunca. Había llegado a este paradisiaco lugar pocos días atrás y ya estaba avisado de que las famosas y decepcionantes playas del sur estaban hasta arriba de turistas, por lo que decidí alejarme lo más posible y llegar hasta lugares donde pudiera apreciar mejor la cultura balinesa. Porque si hay algo que merezca la pena en la isla más conocida de Indonesia es su fascinante cultura, sin olvidar sus cromáticos paisajes.
Ubud es, sin duda, la capital cultural de Bali, lo cual ya es mucho decir. En el fondo, se trata de poco más que un pueblo, pues dista mucho de llegar a los diez mil habitantes. Pintores y artesanos exponen sus trabajos por doquier. También hay algunos hoteles y restaurantes, ya que un número creciente de visitantes llegan desde los no muy lejanos complejos turísticos de Nusa Dua y Kuta, en el sur de la isla, con el fin de hacerse una idea de lo que la cultura balinesa significa. Destaca en Ubud un curioso e interesante lugar, el denominado bosque de los monos, donde se sitúa un templo y habitan unos pocos centenares de macacos que son considerados sagrados por los monjes.
Pero, en mi opinión, lo más interesante de Ubud es la posibilidad de disfrutar de diversos espectáculos de danzas balinesas. Nunca he sido un fanático del folklore, pero la delicadeza de alguno de estos bailes, la fuerza de otros y la espectacularidad de la mayoría de ellos consiguieron cautivarme. El baris, que es una danza en la que dos guerreros armados simulan un combate. El legong, seguramente el baile balinés más conocido, en el que unas delicadas muchachas, que parecen de porcelana, danzan con suaves movimientos de sus ojos y sus manos. Y qué decir del emocionante y espectacular barong, en el que dos bailarines comparten el disfraz de un gigantesco león, uno simulando la parte trasera del monstruo y el otro la delantera, y ejecutan sus movimientos de una manera tan perfecta que asemejan un único ser.
A unos pocos kilómetros de Ubud fluye un río llamado Ayung. Con unos setenta kilómetros de recorrido, se trata del río más largo de Bali y en ese punto discurre por un profundo cañón. Aunque sus rápidos no son demasiado espectaculares, se ha convertido en un lugar frecuentemente usado para practicar el rafting. Desconozco como lograron convencerme, pero antes de darme cuenta ya estaba vistiendo chaleco salvavidas, casco y blandiendo un remo en mi mano izquierda. La bajada hacia la garganta es larga, aunque no muy difícil, y transcurre por una estrecha senda en un entorno grandioso. Una vez abajo me hicieron subir a una especie de lancha y me dispuse a lanzarme por los rápidos del Ayung junto a otros turistas en busca de aventuras. Extrañamente, no me temblaban las piernas.
Tras un periodo de tiempo en el que combinamos zonas donde hicimos uso de los remos con pequeños rápidos, llegamos a una bonita cascada. Estuvimos un rato apreciando la belleza del entorno y también tuvimos la posibilidad de darnos un chapuzón antes de proseguir el camino. Más adelante, el río comenzó a fluir más alegre y tuvimos que hacer uso de los remos para evitar bastantes rocas que sobresalían del fondo. Mientras intentaba no irme al agua, oí gritos procedentes de una de las lanchas que nos precedían. Uno de sus ocupantes había caído por la borda y era arrastrado por la corriente. Fuimos a ayudarle y entre varios lo sacamos del agua. Debía haberse hecho daño y por su inmovilidad parecía algo muy serio. Lo tendimos en su lancha, junto a sus compañeros, y continuamos hasta el final del recorrido. Al llegar a tierra lo colocamos en el suelo, a la espera de una camilla. El hombre seguía sin moverse y parecía tener afectado el cuello. La subida era de órdago, por suerte había locales que sabían lo que hacían y emprendieron el camino con el herido sobre la camilla. Nunca volví a saber de él, pero espero que todo quedara en una simple anécdota que contar a sus nietos.