Sus más de catorce millones de habitantes, que se amplían a más de treinta y siete millones en el área metropolitana, convierten a la capital nipona en la urbe más poblada del mundo en la actualidad. Se considera que su fundación ocurrió a mediados del siglo XIV, cuando el shōgun Tokugawa Ieyasu erigió el denominado Castillo Edo, que dio lugar a que el área a su alrededor comenzara a poblarse y a ser conocida con ese nombre. Edo se traduce como estuario y pasó a ser Tokio, capital del este, a mediados del siglo XIX. La zona donde estaba el castillo fue entonces convertida en el Palacio Imperial o Kōkyo, situado en el distrito de Chiyoda. Hace aproximadamente un siglo fue construido Meiji Jingū, localizado en el distrito de Shibuya y uno de los santuarios sintoístas más venerados del país. Fue planificado en honor al emperador Meiji y su esposa, la emperatriz Shōken, y el culto está dedicado a sus espíritus. El santuario está situado en el interior de Yoyogi Kōen, parque muy frecuentado por los ciudadanos locales, y su recinto es muy popular para celebrar casamientos. A destacar el torii en madera de cedro que da acceso al complejo. La mayoría de la población tokiota es budista y entre los templos más destacados se hallan Gokoku-ji, establecido a finales del siglo XVII y con un destacado honden o salón principal. Sobresale también Kan’ei-ji, unas décadas anterior y que alberga una espectacular pagoda de cinco pisos. Tokio destaca también por sus museos, entre los que hay que mencionar el Museo Nacional, que se encuentra en el parque Ueno y es el más renombrado del país, y por su arquitectura futurista. Merece la pena destacar también su cuidada gastronomía, acorde con los principios del washoku, y tradiciones como el uso de la vestimenta conocida como kimono, cuyos ejemplares más cotizados se fabrican con el tejido de seda producido mediante la técnica denominada yūki-tsumugi.