Tien-Shan occidental (por Jorge Sánchez)
Eran los tiempos de la URSS cuando viajé a Uzbekistán. El viaje individual estaba prohibido. Era obligatorio unirse a un grupo de la compañía estatal Intourist. Me hallaba dentro de un grupo de españoles, unos 15, la mayoría catalanes, pero también teníamos varios madrileños, un valenciano y dos vascos. Un barcelonés, Toni, el día que teníamos libre en Tashkent pidió que nos llevaran a la montaña de Chimgen, en el Tien-Shan occidental, pues según su guía turística era un sitio maravilloso. Toni se pasó todo el tour dándonos la tabarra recordando a su Cataluña. Cuando veía un sitio bello, exclamaba algo así como «¡Qué macu, sembla Catalunya!» Uno de los barceloneses nos tradujo que significaba más o menos «¡Qué bonito, parece Cataluña!». Y eso que Toni se llamaba Fernández de apellido y era oriundo de una región española sureña.
La compañía Intourist nos concedió esa excursión a la montaña de Chimgen, y además gratis. Una mañana partimos en un autobús. Todos los turistas fuimos, excepto Toni, que la noche anterior había seducido a una mujer rusa y se quedaría con ella en Tashkent. Sin Toni llegamos al cabo de unas 2 horas a un lugar idílico del Tien Shan el este de Tashkent, donde observamos que había pistas de esquí, hoteles, cafeterías con boleras, tenis, salas de billar, alquiler de caballos para hacer excursiones, y muchas más actividades lúdicas. Todos los turistas eran uzbecos y algunos rusos, no vimos a ningún occidental. El sitio era realmente bello, habíamos atravesado un río y un lago para llegar allí. La guía de Intourist nos explicó que nos hallábamos ante el Parque Nacional Ugam-Chatkal. El pico Chimgen, de poco más de 3.300 metros, se divisaba en el horizonte. Había nieve eterna y glaciares por los alrededores. Estuvimos unas 2 horas libres para montar a caballo o simplemente disfrutar del lugar realizando trekkings, o entrando en las cafeterías a comer pinchos morunos o beber vodka. Cuando regresamos a nuestro hotel de Tashkent le agradecimos a Toni el que consiguiera esa excursión gratis, y le explicamos lo bello que había sido todo, y lo que se había perdido por no venir. A él no le importó. Nos presentó a su amiga rusa, Sveta. Poco tiempo después se casaría con ella y hoy ambos viven felices en Barcelona.