Ni lo uno ni lo otro. Ni el denominado Mar Menor es un mar, sino una laguna litoral, ni se puede considerar menor, puesto que su superficie de unos ciento treinta y cinco kilómetros cuadrados lo convierte en la laguna salada más grande de Europa. Conocido desde tiempos remotos, como lo prueban evidencias de presencia humana en sus orillas desde el Paleolítico, los romanos se referían a él como palus, que significa terreno pantanoso. En aquellos tiempos se desarrolló en su entorno una pujante industria de salazones que producían ingentes cantidades de garum, salsa muy apreciada en la época. Los árabes lo llamaron al-Buhayrat al-Ksar, es decir, la Albufera del Alcázar, y lo dedicaron a la pesca, mediante la técnica de las encañizadas que se ha mantenido hasta la fecha.
Aunque en tiempos de los romanos y los árabes su aspecto probablemente se asemejaba al actual, en sus orígenes su imagen debió ser muy diferente. Lo que era una bahía abierta al Mediterráneo se fue cerrando poco a poco debido a la acumulación de residuos acarreados por las ramblas que lo alimentan y la desembocadura del río Segura, localizada algo al norte. Como cierre actúa el cordón litoral conocido como La Manga, que se prolonga a lo largo de veintiún kilómetros entre los extremos norte y sur de la albufera. La Manga tiene una anchura variable de entre cien y mil doscientos metros y está abierta de forma natural en tres puntos, a los que se denomina golas y que permiten la comunicación entre el Mar Mediterráneo y el Mar Menor.
Tras la expulsión de los musulmanes de la Península Ibérica vinieron varios siglos de relativa calma, tan solo interrumpida por los ataques ocasionales de piratas berberiscos. En esa época, los escasos habitantes del entorno del Mar Menor se dedicaban a la pesca mediante encañizadas, al cultivo de cereal en las inmediaciones de la laguna y a la extracción de sal en las actualmente conocidas como salinas de Marchamalo y salinas de San Pedro del Pinatar. Como ayuda en esas tareas comenzaron a aparecer molinos de viento que podían ser de tres tipos: harineros, para la molienda de cereal; alcaduces, para extraer el agua con fines de riego; y salineros, para triturar la sal y obtener el agua que alimentaba las salinas. Algunos ejemplos de estas construcciones, como el molino de Quintín, han llegado hasta nuestros días.
Cinco islas salpican el interior del Mar Menor. Ninguna de ellas está permanentemente habitada, pero su elevado valor natural las ha llevado a ser amparadas bajo la denominación de Paisaje Protegido. Otras figuras de protección que se han definido para intentar preservar el frágil ecosistema del Mar Menor son el Parque Regional Salinas y Arenales de San Pedro; varias Microrreservas de Flora; y Z.E.C. Espacios Abiertos e Islas del Mar Menor, que coincide con el Paisaje Protegido anteriormente mencionado. La propia albufera en su conjunto está declarada tanto Z.E.C. como Z.E.P.A, y hace unas décadas fue incluida en el denominado Convenio de Ramsar, que designa una serie de humedales considerados de importancia internacional.
Tamaño despliegue de figuras de protección no ha resultado suficiente para preservar la biodiversidad del Mar Menor. El impacto humano que dio comienzo en el siglo XIX con la fundación de las poblaciones de San Pedro del Pinatar y San Javier, incrementándose durante la segunda mitad del siglo XX con la llegada del turismo y la construcción masiva, amenaza a la estabilidad de la laguna. El dragado de las golas para permitir el paso de embarcaciones de mayor calado ha supuesto una invasión de especies mediterráneas que a punto ha estado de acabar con las autóctonas. Por último, el cambio de modelo agrícola, que ha pasado del secano al regadío, en sus alrededores ha aumentado de manera exponencial la llegada de nitratos procedentes de las ramblas que lo alimentan. ¿Será posible revertir todo este proceso de destrucción a corto plazo? Lo dudo mucho, pero si se consigue, permítaseme el tópico, los futuros marmenorenses nos estarían muy agradecidos.
