Durante un viaje por el estado indio de Tamil Nadu visité la milenaria Kanchipuram, conocida como la ciudad de los mil templos. También es famosa por la confección de los saris de seda.

De los 11 templos de la lista indicativa de UNESCO a devenir en un futuro un patrimonio mundial, visité al menos 8, los más impactantes, aunque no averigüé el nombre de todos ellos ya que en la entrada los letreros estaban escritos solamente en tamil y en hindi, pero no en idiomas europeos como el español, gallego, italiano, o portugués, que son los que yo domino. Estos 11 templos son:

1 – Rajasimhesvaram o Kailasanatha
2 – Piravatnesvara
3 – Iravathanesvara temple
4 – Paramesvara Vinnagaram or Vaikuntaperumal
5 – Muketswara
6 – Arulala o Varadharaja Perumal
7 – Ekambaresvara (Thirukachiekambam)
8 – Jvaraharesvara
9 – Pandava Dootha Perumal
10 – Yathothkari Perumal
11 – Ulagalanda Perumal

Una de las características de los templos hindús del sur de la India es la originalidad y colorido, por lo que se diferencian mucho de los que ya había visitado en el norte del país. Por ejemplo, una de sus características es el gopuram, o una torre piramidal decorativa ubicada sobre la entrada al recinto del templo llena de personajes que parecen salidos de un cómic.

Contraté los servicios de un hombre que conducía un rickshaw, quien me aseguró ser un experto en su ciudad.

Aunque la entrada a los Sancta Sanctorum de algunos templos de Kanchipuram estaba prohibida para los extranjeros no hindúes, en dos de ellos había tantos peregrinos que pretendían entrar que a los porteros no les daba tiempo de controlar a todo el mundo, por lo que pude infiltrarme en ellos gracias a la ayuda del conductor de mi rickshaw, y así fui testigo de prácticas espeluznantes que a cualquier occidental le habrían parecido surrealistas, inimaginables, aunque a mí no me resultaron tan chocantes debido a que ya había presenciado ritos similares en Benarés con la cremación de los cadáveres en el río Ganges, y en el templo de Karni Mata en Deshnoke, estado de Rayastán, donde se veneran a las ratas.

En algunos templos había elefantes donde, mediando un baksheesh (propina) de unas pocas rupias, a una orden del dueño te bendecían tocando con su trompa tu cabeza. En todos los templos sus monjes alimentaban a las numerosas vacas con bananas.

El templo que más me atrajo fue el de Ekambareswara, dedicado a Shiva y su consorte Parvati. Había más de un centenar de lingams o símbolos fálicos, que las mujeres indias abrazaban con deleite, y hasta lo lamían. También vi un árbol de mango que tenía una antigüedad de 3500 años y seguía dando frutos.

Centenares de fieles realizaban ceremonias de lo más curiosas y extrañas. Observé en el suelo una gran estrella de David encendida con fuego, multitud de mujeres preparando guirnaldas, y alrededor había un sinfín de estatuas enormes representando caballos, elefantes, centauros, loros gigantes, pavos reales, serpientes cobra, Nandi (el toro de Shiva), monstruos devorando seres humanos… parecía aquello un carrusel de figuras fantásticas donde se suben los niños los días feriados.

Otro templo que también me cautivó fue el de Varadharaja Perumal, dedicado a Vishnu. Allí un hombre luciendo un cordón sagrado que colgaba del hombro, como hacen los brahmanes, se me ofreció como guía. Yo intenté desembarazarme de él, pero me seguía y me daba explicaciones, aunque no se lo pidiera, incluso en español cuando descubrió mi nacionalidad. Puso especial énfasis en mostrarme las escenas eróticas que había allí esculpidas, y también las figuras de caballos de guerra. Vi alrededor de cien esculturas representando episodios del Ramayana y del Mahabaratha. Pero la particularidad de Varadharaja Perumal era una cadena de piedra hecha de una sola pieza.

Tras 6 horas de visitas me di por satisfecho de mi estancia en Kanchipuri, pues ya estaba medio mareado y empachado de templos, por lo que busqué un hostal y me fui a dormir.