Teide (por Jorge Sánchez)
Estaba trabajando en la cocina de un hotel de la isla de Tenerife ayudando a un empleado marroquí a manejar una máquina de lavaplatos y a fregar el suelo con lejía, y en uno de mis días libres semanales resolví acercarme al Teide, e incluso subir a su pico.
El teleférico que te llevaba cerca de su cima justo lo acababan de inaugurar el año 1971 (yo escalé el Teide en el año 1972, o sea, hace casi 50 años), pero preferí usar mis piernas, escalada que no fue dura y al llegar al cráter no sentí cansancio. La vista desde allí en lo alto era espectacular y me quedé saboreando su magia por unas 2 horas. Noté que había un Parador Nacional en los alrededores, pero ni siquiera me acerqué a él; no lo necesitaba pues en mi hotel ya me proporcionaban alojamiento y las tres comidas, y me había llevado una fiambrera con callos a la madrileña y dos bocadillos de mortadela más una botella de agua para almorzar ese día.
Leí que el volcán del pico Teide, con sus 3.718 metros de altura sobre el nivel del mar, representa el tercero más elevado del mundo, sólo por detrás de dos volcanes en Hawái: el Mauna Kea y el Mauna Loa, que le superan por unos pocos centenares de metros. Muy ufano por el logro (fui el único turista que ese día había ascendido a la cima, pues no vi a nadie más) inicié el descenso y al llegar al hotel a media tarde me sentía todavía muy vigoroso, y sin dolor de agujetas.