Te Wahipounamu (por Jorge Sánchez)
Este sorprendente sitio de UNESCO se compone de cuatro parques nacionales, que en inglés se escriben así:
– Aoraki/Mt Cook
– Fiordland
– Mt Aspiring
– Westland
Bien, pues en el año 1983 visitaríamos (iba viajando con una amiga francesa de Nueva Caledonia) dos a conciencia y los otros dos los cruzaríamos en autostop admirando su naturaleza.
El paisaje de las dos islas de Nueva Zelanda era de ensueño, algo realmente extraordinario que hasta entonces no habíamos contemplado en otros países visitados. Nos pasábamos todo el rato mirando por las ventanillas y preguntando a los conductores por el nombre de los lugares y accidentes geográficos que cruzábamos. Vimos lagos, volcanes de conos perfectos, montañas nevadas, densos bosques, hermosas praderas, poblados de maoríes, o la etnia autóctona polinesia antes de la llegada de los europeos… y sobre todo corderos, miles y miles de corderos que pacían por los verdes pastos. Uno de los conductores que nos recogió nos explicó que en Nueva Zelanda hay veinte veces más corderos que personas. En verdad, como afirmaban los propios neozelandeses, su pequeño país se asemejaba a una Europa en miniatura: tenía fiordos como Noruega, volcanes como Italia, géiseres como Islandia, altas montañas como Suiza, multitud de pequeñas islas como Grecia, bellas playas como España…
El primer lugar de este UNESCO al que accedimos (desde Christchurch) fue el Monte Cook, o Aoraki en maorí, que significa «el que traspasa las nubes». El famoso capitán inglés Cook nunca vio ese monte, pero sí el holandés Tasman. Antes de llegar al Monte Cook pensábamos que allí no habría hostales a buen precio y no podríamos dormir, por lo que tendríamos que proseguir el viaje hacia el sur, ya que era un lugar muy turístico y caro. Sin embargo, nos equivocamos, pues había un Youth Hostel (Albergue de Juventud). Nos quedaríamos en él dos noches y realizaríamos en los días sucesivos diversos trekkings (caminatas) cortas por los alrededores, siempre contemplando en el horizonte el Monte Cook, que con sus 3.764 metros constituye el pico más alto del país.
Por un precio moderado se podía cruzar en helicóptero desde el Monte Cook al Glaciar Franz Josef, justo al otro lado de los Alpes Neozelandeses. Tratamos de reservar dos plazas pero en esos días había tormentas (estábamos en un mes de agosto pero en el hemisferio sur, y hacía mucho frío) y se habían anulado los vuelos, por lo que al tercer día proseguimos el autostop hasta Queenstown y de allí nos adentramos en el parque nacional de Westland, hasta llegar al poblado vecino al glaciar de Franz Josef, donde esa vez nos alojamos en un camping. Como no nos permitían realizar de modo individual excursiones al glaciar, compramos una excursión incluyendo a un guía, con el que al día siguiente descubriríamos partes asombrosas de ese glaciar. Iban con nosotros dos chicas mexicanas, de Matamoros (frontera con Texas, en EEUU), con quienes aprovechaba para practicar el español con fruición, pues ya llevaba casi dos años seguidos fuera de España y se me estaba olvidando. Nuestro guía nos contó que el glaciar de Franz Josef mide 12 kilómetros de longitud y debe su nombre a un explorador alemán que lo dedicó al entonces emperador Francisco José I de Austria. Curiosamente, unas islas al norte de Rusia (Franz Josef Land, o en español Tierra de Francisco José) también han sido nombradas en honor al mismo káiser. Esa excursión fue extraordinaria. Hicimos bien en apuntarnos a ella pues vimos lugares que ni siquiera imaginamos que existieran. Cuando ya anochecía regresamos con mucha pena a nuestro camping por haber finalizado la excursión.