Tabla de salvación
Transcurría un día cualquiera de 2008 cuando una familia aguardaba la llegada del vehículo que debía trasladarlos hasta San Salvador. Les esperaba un largo viaje por estrechas carreteras hasta llegar al estado salvadoreño, al que habían decidido dedicar unos días de su periplo por tierras centroamericanas. Se trataba de un país bastante desconocido para ellos, del que conocen poco más que sus volcanes y sus pupusas, tortas de maíz rellenas de carne o queso que constituyen su plato nacional. Cuando por fin llega el automóvil, son informados de que parte del trayecto se hará por Guatemala pues las carreteras son bastante mejores y se ganan varias horas de camino.
Tras recorrer parte del territorio guatemalteco, llegaron por fin a El Salvador. El paisaje empezó a ser diferente, menos montañoso y salvaje aunque con vegetación también abundante. Al contrario que en Guatemala u Honduras se veían por todas partes pueblos o aldeas, lo cual no era de extrañar debido a su considerable superpoblación. Basta decir que en un territorio similar al de la provincia española de Cáceres viven cerca de siete millones de personas, dando como resultado una densidad de población tan enorme que es la principal causante de los problemas que tiene el país. Después de recorrer bastantes kilómetros por territorio salvadoreño, el conductor señaló una importante elevación del terreno. ‘Detrás de la montaña se encuentra nuestra capital’, afirmó.
San Salvador es una urbe con escasos atractivos para el viajero. Buena parte de culpa la tienen los diversos terremotos ocurridos en el valle donde se asienta la ciudad, no en vano ésta es una de las zonas con mayor actividad sísmica en todo el planeta. La mayoría de los edificios de interés se concentran alrededor de la Plaza Gerardo Barrios, llamada así en honor del héroe nacional salvadoreño. La catedral, un curioso edificio moderno que ya ha sido testigo de varias masacres ocurridas durante la guerra que asoló el país a finales del siglo XX. El Palacio Nacional, de estilo neoclásico. Y el Teatro Nacional, que era sometido a una reforma cuando lo visitamos.
En nuestra búsqueda de una temática más costumbrista, decidimos dirigirnos a Suchitoto, población que se ha preocupado de mantener un atrayente equilibrio arquitectónico entre sus construcciones. Nos resultó sumamente agradable dar un paseo por sus calles, plenas de tipismo y una cierta asincronía que contribuye a crear un ambiente propicio para el visitante. Conviene dirigirse hacia la denominada Plaza Central, donde se encuentran algunas de las edificaciones más características de la población. Es el caso de la iglesia de Santa Lucía, junto a la cual se celebra un mercado artesano tan recoleto como atractivo.
No lejos de la mencionada localidad se encuentra el lago de Suchitlán, un reservorio artificial de grandes dimensiones que resulta ser la extensión de agua dulce más amplia del país. Como somos fáciles de convencer, nos llevaron a dar una vuelta en lancha por su superficie, que incluyó buenas vistas de paisajes y aves aderezadas con excelentes explicaciones por parte de nuestro barquero. Más tarde, retornamos a Suchitoto para dar buena cuenta de unas pupusas y unos tragos de chicha bien fresca. Decidí entonces brindar por esta encantadora población, que había ejercido como tabla de salvación en mi ansiada búsqueda de arquitectura colonial en territorio salvadoreño.