Suomenlinna (por Jorge Sánchez)
Tras haber visitado la catedral rusa de Helsinki caminé al vecino puerto y compre en una máquina un billete ida y vuelta en ferry a la fortaleza de Suomenlinna. Cuando el barco apareció una pareja de turistas me avisó de que había un ferry gratuito, cerca de allí. Me dio mucha rabia haber sido tan tonto, pero ya no podía descambiar el billete en la máquina. El pasaje fue bello y muchas gaviotas nos sobrevolaban. A los pocos minutos ya se distinguía el faro de la fortaleza, que luego advertiría que en realidad era la cúpula de la iglesia rusa.
En el puerto había un letrero con el nombre de la fortaleza en finés: Suomenlinna, y debajo en sueco: Sveaborg, con el signo de UNESCO, por lo que le pedí a un indígena que me hiciera una fotografía junto a él. El idioma sueco es muy popular en Finlandia y las calles de Helsinki están escritas en bilingüe, finés y sueco. La fortaleza fue construida por los suecos a mediados del siglo XVIII siguiendo las técnicas del francés Vauban. Los rusos, a principios del siglo XIX, conquistarían la actual Finlandia a los suecos y mejorarían las defensas de ese fuerte erigido sobre seis islas, además de añadir la iglesia rusa. Cuando, en el contexto de la Guerra de Crimea, la alianza franco-inglesa atacó esa fortaleza, no consiguieron conquistarla ni destruirla de lo bien defendida que estaba por los rusos.
Cerca del puerto se hallaba la oficina de turismo donde me facilitaron folletos en español. También observé que la bandera de UNESCO estaba presente por doquier, tanto en el interior de esa oficina de turismo como al atravesar los puentes para acceder a otras islas. Había muchas casas en su interior, y restaurantes y cafeterías; la fortaleza estaba habitada. Me dijeron que los jardineros y otros hombres que pululaban por la fortaleza realizando tareas varias eran presos, inquilinos de la prisión que aún se preserva en Suomenlinna, pero gozaban de un régimen abierto y ninguno se escapaba, ya que comían tres veces al día y vivían en condiciones muy buenas en esa prisión, mejor que los vagabundos callejeros que para dormir se refugiaban en el Kamppi, o un centro comercial y estación de autobuses que no cerraban por la noche.
Durante unas tres horas recorrí todo lo que pude esa fortaleza con sus edificios. Había barcos turísticos que se paseaban por entre los canales. Lo que más me atrajo fue el parque de la iglesia, o Kirkkopuisto, donde se hallaba lo que quedaba de la iglesia rusa, pues los finlandeses, cuando Lenin les otorgó la independencia, la destruyeron, a excepción de su interior, donde aún se celebran bodas. Quise entrar en la iglesia para comprar un cirio al monaguillo del archimandrita, pero estaba cerrada. Cuando empezó a caer la noche regresé a Helsinki, entré en un supermercado para comprarme un buen bocadillo de mortadela para la cena y a continuación me dirigí al Kamppi para dormir junto a los vagabundos que eran inofensivos y bondadosos pues intercambiaron conmigo sus cenas, yo les di parte de mi mortadela y ellos compartieron sus frascos de vino de batalla, tipo el Baturrico.