Santa Elena (por Jorge Sánchez)
Embarqué en el buque St. Helena en la isla de Tenerife el año 2004. Para abaratar el coste de una cabina, viajaba junto a Miguel, un gran viajero uruguayo, que fue quien me dio las fotos (de papel) que muestro aquí. Tras una semana de travesía atracamos en la isla de Ascensión, donde permanecimos un día para poder visitarla. Tras ello el barco prosiguió a la isla de Santa Elena, donde permaneceríamos una semana.
La isla parecía inexpugnable cuando nos acercamos a ella. Eso había sido la razón para exiliar a Napoleón allí. Una vez que desembarcamos en Jamestown todos los pasajeros buscaron donde alojarse por una semana, todos menos yo, pues los precios de los hoteles eran prohibitivos para mi economía, así que caminé y cuando empezaba a oscurecer advertí un pequeño valle donde había una especie de jaula, entré en ella, desplegué mi saco de dormir y me tumbé para pasar la noche, no sin antes haber trepado a unos árboles frutales para recoger unos cuantos frutos que me comería para cenar.
Sobre las 7 de la mañana fui despertado por ruido de sables y música de saxofones, y me levanté asustado. Eran soldados que iban a realizar una ceremonia en honor de Napoleón en la tumba, que estaba justo en la jaula donde yo había estado durmiendo, aunque ya estaba vacía pues el cadáver se lo habían llevado al palacio de los Inválidos de París. Un policía con mirada circunspecta se acercó a mí y me regañó seriamente. Amenazó con devolverme al barco St. Helena si no encontraba para esa y las siguientes noches un alojamiento más ortodoxo. Y tomó nota de mi nombre y el número de mi pasaporte, citándome en la comisaría de Jamestown para esa tarde. Yo prometí que seguiría sus instrucciones.
Tras la ceremonia bajé a Jamestown y me encontré con Miguel en el mercado central. Él había contratado una casa privada por una semana, y accedió a que, compartiendo los gastos del alquiler, pudiera quedarme con él, con lo cual el bobby se sentiría satisfecho, como así fue. Durante una semana visitamos juntos la montañosa y verde isla a pie y en autostop, también la casa de Napoleón, subimos y bajamos la Jacob’s Ladder, de 699 escalones, admiramos y disfrutamos la naturaleza frondosa de la isla y oímos en el aire los cantos de los chorlitos de Santa Elena. Un día entre los días entramos en la casa del Gobernador de la isla y conocimos a la tortuga Jonathan, de 178 años de edad en el año 2004.
Por esos días yo estaba enamorado de una bella muchacha ucraniana y no hacía más que pensar en ella. Pedí a Miguel que me hiciera una foto trepado a un árbol, donde grabé su nombre con un guijarro. Cuando le mandé la foto, ella se enfadó y me dejó para siempre, para casarse con otro hombre. Me dijo que jamás se casaría con alguien tan estúpido como para grabar su nombre en un árbol de la isla de Santa Elena. El octavo día embarcamos de nuevo en el St. Helena y proseguimos la travesía hasta Swakopmund, en Namibia.