Santa Catalina (por Jorge Sánchez)
Egipto, junto a Etiopía, es uno de los dos países que considero los más fabulosos de África. Una visita a este país no puede obviar la zona de Santa Catalina y su fantástico monasterio. En los años 80 del siglo XX yo viajaba con frecuencia a Egipto de tanto que me complacía el país, y nunca dejaba de pasar varios días en el hostal del monasterio de Santa Catalina. Los monjes no te dejan visitar todas las instalaciones del monasterio, pero lo poco que te permiten ver y sus tesoros, más las charlas con ellos son razón más que suficiente para viajar allí, además de la estética del monasterio, su historia y ubicación.
Mi costumbre era escalar hasta la cumbre del Monte Moisés, donde se localizaba la capilla de la Santísima Trinidad, hacia las 8 de la noche y al llegar, quedarme a dormir en la capilla de la Santísima Trinidad y, caso de estar cerrada, en su portal. De visitar con regularidad el monasterio de Santa Calina, había hecho amistad con uno de sus porteros, un joven beduino cuya familia estaba empleada en el monasterio para cultivar los huertos de las olivas, las uvas, la miel y las diversas granjas, por ello los beduinos del Sinaí han jurado eterna fidelidad a ese monasterio y a sus monjes griegos. Ese beduino siempre me regalaba postales (una la muestro aquí), y hasta libros.
En cierta ocasión me alojé en el monasterio junto a un pequeño grupo de españoles. Teníamos pensado esa noche escalar el Monte Moisés, dormir en la cumbre dentro de nuestros sacos de dormir, y admirar el amanecer al día siguiente. Pero algo nos haría cambiar de planes: mi amigo beduino me confió un secreto: el presidente de Francia, en esos días el señor François Mitterrand, que estaba de incógnito en Egipto, iba a escalar de madrugada (bueno, fue a lomos de un camello) el Monte Moisés, y me aconsejó iniciar la escalada tras él, pues la policía egipcia controlaría la zona y de salir de noche no me dejarían quedarme en la cima del Monte Sinaí por temor a un atentado. Seguimos el consejo de mi amigo beduino y partimos cuando él nos avisó. Ya casi en la cima, divisando la capilla de la Santísima Trinidad, los alcanzamos y todos juntos seguimos hasta la capilla. Al principio los guardaespaldas de Mitterrand, varios gorilones con músculos hasta en las orejas, quisieron expulsarnos, pero Mitterrand, sentado sobre su camello, los paró y les dijo que éramos sus huéspedes y que nos invitaba a desayunar con él. Y así fue, Mitterrand nos invitó a desayunar en la terraza de la capilla, en la misma mesa. Al declararle que éramos españoles, lo primero que hizo fue felicitarnos porque España acababa de ganar para la ciudad de Barcelona albergar los Juegos Olímpicos del año 1992, triunfando sobre la candidata ciudad de París.
Se enamoró de una de las chicas españolas de nuestro grupo (una barcelonesa que se llamaba Montse, y no aparece en la foto adjunta, pues ella la tomó) que era la más encantadora y sexi del grupo. En la foto estamos varios de los componentes españoles, yo estoy al lado de Mitterrand, el séptimo contando por la izquierda. Conversamos todos en francés con él. El andorrano le reprochó una visita que había hecho a su país. A mí, al preguntarme la profesión, le contesté que era «viajero» y Mitterrand mostró un signo de asombro. Le acompañaba uno de sus ministros, quien nos advirtió que no debíamos hacer fotos, cosa que respetamos, salvo la que tomó Montse y alguna más, con el permiso de Mitterrand. Desayunamos huevos, café au lait, croissants, queso, yogures… fue un desayuno opíparo.
Todos juntos admiramos la salida del sol. Tras ello Mitterrand subió a su camello y desapareció por entre las montañas seguido de sus guardaespaldas, ministros y cocineros. Nosotros nos quedaríamos varias horas más allí arriba disfrutando ese lugar sagrado y mágico.