En mayo del año 2008, tras cruzar la frontera entre la ciudad estadounidense de Brownsville y la mexicana de Heroica Matamoros, me dirigí en autobuses a Veracruz con breves escalas en la ciudad de Tampico y en la zona arqueológica de El Tajín.
Veracruz es una ciudad fundada por el descubridor extremeño Hernán Cortes en 1519 como Villa Rica de la Vera Cruz, y en cuyas costas se dice que hundió sus barcos para que sus hombres no pudieran regresar a Cuba. Esa ciudad sería uno de los puertos principales de la Flota de Indias.
Al llegar, vi junto al Zócalo un hotel que se llamaba Santander, nombre que me atrajo por mi nostalgia por España, y debido a ello allí me alojé varios días. Cada noche se ofrecían coloridos espectáculos en el Zócalo, al aire libre, con participación de músicos y bailarinas. Y yo disfrutaba de ellos tomándome una cerveza Coronas.
El segundo día abordé una barcaza hacia la isla de San Juan de Ulúa, que había sido descubierta en 1518 por el explorador castellano Juan de Grijalva.
Pagué unos pocos pesos al barquero, me coloqué un chaleco salvavidas y a los pocos minutos la barca me depositó en la isla San Juan de Ulúa. Allí visité una fortaleza que proyectó levantar Hernán Cortés con piedra de coral, y cuando fue acabada (en su forma definitiva en el siglo XVII) sería una de las más formidables del mundo.
Me recreé bien en su interior durante varias horas. Fue erigida siguiendo las técnicas de la traza italiana con muros macizos y bastiones sólidos. Me pareció apreciar elementos del arte mudéjar, y así se lo hice notar a uno de los guías que la Oficina de Turismo de la fortaleza ofrecía gratuitamente a los visitantes.
Esos guías eran verdaderos eruditos de la historia de Veracruz y, en general, de todo México. Por ellos aprendí que los siniestros y criminales piratas ingleses Francis Drake y John Hawkins recalaron en la fortaleza San Juan de Ulúa para reparar sus barcos llenos de tesoros robados a los españoles en las ciudades del Caribe durante sus pillajes, pero serían capturados por los españoles y devueltos a Inglaterra un año después.
Al querer volver a Veracruz noté que San Juan de Ulúa no era ya una isla, pues existía una especie de istmo que la unía a la ciudad, así que regresé caminando al hotel Santander.
El día siguiente busqué en vano algún monumento dedicado a Hernán Cortés, pero no había ninguno en Veracruz. Tan solo en el interior del ayuntamiento me fijé en unos azulejos representando a Hernán Cortés con un fraile asiendo un rosario, un soldado con armadura y morrión, otro con su alabarda y un tercero más alejado a lomos de su caballo, un indígena dibujante, un cañón y una de las naves. Abajo estaba escrito: ‘Primera Acta Notarial Protocolizada en el Continente Americano. A la Ciudad de Veracruz y su Ayuntamiento en su 450 Aniversario de su Fundación. MDXIX-MCMLXIX’.
