San Cristóbal de la Laguna (por Jorge Sánchez)
Visité durante un largo día San Cristóbal de la Laguna, una ciudad construida en el siglo XV. Se hallaba cerca de Santa Cruz de Tenerife, donde me encontraba alojado en un hotel. Según unos folletos turísticos que me regalaron en la Oficina de Turismo, el lugar donde hoy se encuentra San Cristóbal de La Laguna era un asentamiento guanche y sitio sagrado para ellos. Me encantó su arquitectura; me hizo recordar a las bellísimas ciudades coloniales de Hispanoamérica, como Cartagena de Indias, o La Habana, o San Juan de Puerto Rico, o Lima.
San Cristóbal de La Laguna no estaba amurallada; era una ciudad pequeña, de unos 150.000 habitantes, así que la llegué a conocer moderadamente bien, pues salvo un par de pausas que efectué para comer algo y beber cervezas, no paré de recorrerla. Entré en palacios, en conventos, en patios interiores, admiré sus balcones, visité la catedral, la Casa Salazar, la Plaza del Adelantado, el mercado.
Una iglesia que me atrajo fue la Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción. Entré en ella seducido por su torre renacentista, comparable a la de la catedral de Turín, en Italia.
Ese día era domingo y me pareció que todos los 150.000 habitantes de la ciudad estaban al mismo tiempo tomando tapas en el casco antiguo. Tuve que abrirme paso dando codazos para poder asir en el mostrador de un bar un par de tapas de gambas más una jarra de cerveza y comérmelo todo de pie en la terraza. La atmósfera festiva era otro atractivo de esta encantadora ciudad. Hacia las 6 de la tarde regrese en una «guagua» a Santa Cruz de Tenerife, regocijado hasta el máximo de los extremos por el día tan grato que acaba de pasar.