Salvando vidas
En los últimos tiempos se ha instalado en la sociedad occidental un debate sobre la conveniencia o no de los antiguamente denominados parques zoológicos. Aseguran los buenistas que los animales deben vivir en pleno contacto con la naturaleza, sin ningún tipo de impedimento que coarte su ansiada libertad por parte del ser humano. Por su parte, los defensores de la posición contraria sostienen que los zoos cumplen su función como entretenimiento y aprendizaje para las personas. Y los más moderados afirman que esta variedad de parque temático juega un papel fundamental en la supervivencia de especies casi extintas o como protección de individuos que quedaron huérfanos y que tendrían imposible sobrevivir en un entorno del que fueron extraídos en su infancia.
Nairobi no es una ciudad demasiado atractiva para el visitante que, normalmente, suele usarla exclusivamente como puerta de entrada para dirigirse a las reservas de vida salvaje existentes en sus inmediaciones. De todas formas, en esta superpoblada urbe hay algún que otro edificio, mercado o museo que no dejan indiferente. Incluso un restaurante muy conocido, de nombre Carnivore, que suele estar hasta los topes de extranjeros que allí se dirigen para degustar platos exóticos como el cocodrilo, diferentes tipos de antílope o unas exquisitas albóndigas hechas con carne de mono. Pero, seguramente, el principal punto de interés de esta ciudad es el Parque Nacional de Nairobi, situado a escasos kilómetros del centro y donde pueden verse diferentes ejemplares de grandes mamíferos.
En el interior del parque nacional, junto a la entrada principal del mismo, se encuentra el denominado Orfanato Animal. A este lugar llegan animales salvajes que son rescatados en las diferentes reservas de Kenia, bien por estar heridos o por haber sido abandonados por sus progenitores. También se utiliza este espacio para alojar inquilinos que nacen en cautividad y no están acostumbrados a manejarse por sus propios medios. Cuando se considera que los individuos acogidos están preparados para volver a la libertad, siempre se trata de reintroducirlos en su entorno. A veces el intento falla por diversas razones y, en ese caso, deben volver al orfanato.
Tal y como suele ser habitual en el continente africano, los responsables del centro no se andan con los remilgos a los que últimamente estamos tan acostumbrados en Occidente. Los animales son tratados de manera correcta, pero siempre marcando las distancias que los separan con los seres humanos. Una valla los separa de éstos en caso de que un acercamiento inesperado pueda acarrear peligro para su integridad. Es posible alimentarlos por tu cuenta y riesgo. También se utilizan con fines educativos para los niños e incluso para adultos que tendrían difícil acercarse a la fauna salvaje de otra manera. Todo ello sin que ninguna asociación local ponga el grito en el cielo asegurando que se han vulnerado sus derechos.
Durante nuestra visita al orfanato tuvimos la oportunidad de conocer a Charlie, joven pero apuesto león a quien su madre había abandonado siendo cachorro. También le presentamos nuestras credenciales a Daoudi, felino éste ya de edad avanzada, que daba rugidos de alegría al reconocer a un antiguo cuidador y se restregaba contra él al otro lado de la valla tal y como lo hubiera hecho un gatito. Además de agradecer el extraordinario trabajo que se realiza en el orfanato animal de Nairobi, aquella tarde pude comprobar una vez más que el comportamiento de los grandes mamíferos no difiere mucho del habitual en los seres humanos. Al menos, del que debería serlo.