Sado duro
Parece ser que el conocido como príncipe Sado se tomó bastante en serio el nombre que le fue asignado al nacer. Hijo de Yeong-jo, que reinó en Corea a mediados del siglo XVIII, dio buenas muestras durante su vida de las más diversas aberraciones, incluyendo violaciones, torturas y asesinatos, cometidos tanto sobre el personal de palacio como entre víctimas elegidas al azar en plena calle. Harto de los excesos de su heredero y convencido de que sufría algún tipo de enfermedad mental, Yeong-jo ordenó encerrar a Sado bajo llave en un baúl. Allí el príncipe probó su propia medicina, sufriendo una lenta agonía que lo llevó a la muerte por inanición tras varios días de cautiverio.
Apasionado de las artes marciales, a ellas dedicó Sado buena parte de su tiempo libre entre exceso y exceso. Se le atribuye la creación de doce nuevos métodos de lucha que, añadidos a los seis ya existentes desde siglos atrás, conforman las dieciocho artes marciales tradicionales de la dinastía Joseon. Para referirse a ellas se usa en Corea la palabra sibpalgi, término inventado también por Sado y que puede traducirse como dieciocho técnicas de lucha. Antes que los enfrentamientos cuerpo a cuerpo prefería Sado la lucha con espadas o lanzas, lances donde era un auténtico experto y en los que se basa la mayor parte de las nuevas artes por él inventadas, que documentó en el Muye Shinbo, libro muy usado aún como referencia en la actualidad.
Tuvo Sado tiempo también de tener al menos ocho hijos con diferentes esposas o concubinas, y quiso el destino que el segundo de ellos, de nombre Jeong-jo, fuera coronado rey sucediendo a su abuelo de similar nombre. Jeong-jo creía a pies juntillas en la inocencia de su padre, que según él había sido falsamente acusado de sus crímenes, y pasó buena parte de su reinado tratando de limpiar su nombre. Intentó incluso trasladar la capital del reino a Suwon, lugar cercano a Seúl donde Sado fue enterrado, y allí mandó construir un palacio e incluso una impresionante fortaleza para proteger su mausoleo. Y aunque Jeong-jo tuvo tiempo de ver su obra terminada, falleció poco después, con lo que su proyecto de mover la capitalidad a Suwon se fue al garete.
La fortaleza de Hwaseong fue construida a lo largo de poco más de dos años y constituyó un proyecto tanto formidable como innovador para la época. Está formada por un muro de casi seis kilómetros de perímetro y con una altura que en ocasiones supera los seis metros. Consta de cuatro puertas de acceso, cada una mirando a uno de los puntos cardinales. Alberga cerca de cincuenta estructuras de diversos tipos, desde bastiones a torres de observación, pasando por plataformas o puestos de mando. En su interior se encuentra el Haenggung o Palacio Haeng, literalmente el palacio temporal, donde Jeong-jo residía durante sus estancias en Suwon y adonde probablemente pensaba trasladar su corte.
Es posible rodear a pie todo el perímetro de la fortaleza, algo que hicimos parcialmente durante nuestra visita en julio de 2008. Conviene asimismo estar atentos a las diversas representaciones que allí tienen lugar, entre las que no podía faltar una demostración de algunas de las dieciocho artes marciales que conforman el sibpalgi. Aunque nunca me he sentido atraído por estas técnicas de lucha orientales, no pude dejar de admirar la destreza de los participantes, dignos sucesores del príncipe Sado en el manejo de la lanza y la espada. Y ante la corrección que demostraban en los diferentes lances, resulta difícil imaginar que quien creó estas artes de lucha fuera tan infausto como cuentan y que su corta pero agitada vida mereciera tan horrible final.