Ruta de la Seda
Se denomina Ruta de la Seda al trayecto que conectaba diferentes localidades del continente asiático con fines comerciales al menos desde el siglo I a.C. Con el tiempo, sus tentáculos fueron extendiéndose por la mayor parte de la actual Asia, hasta alcanzar el extremo oeste del Mediterráneo. En realidad, no puede hablarse de una única Ruta de la Seda, puesto que sus ramificaciones eran numerosas. Tampoco puede decirse que los medios de transporte empleados eran exclusivamente terrestres, ya que existían rutas marítimas que recorrían el Mediterráneo, el Mar Rojo y el Océano Índico, llegando incluso hasta el Océano Pacífico. La trayectoria más habitual iba desde Estambul hasta la ciudad china de Xi’an, recorriendo Oriente Próximo, parte del Cáucaso, Persia y Asia Central. El término con el que se conoce a esta ruta comercial comenzó a ser empleado a finales del siglo XIX, aunque algunos expertos aseguran que fue usado con anterioridad. Célebres viajeros como Xuangzang, ibn Batuta o Marco Polo la recorrieron durante sus expediciones. Los bienes con los que se comerciaba no se limitaban tan solo a los productos derivados de la sericultura, sino que ocupaban un amplio espectro que incluía alfombras, bordados, especias, piedras preciosas, marfil, ámbar, vidrio, porcelana y muchos otros. A partir del siglo XV, y debido al auge de la navegación impulsado por los navegantes ibéricos, se abrieron nuevas rutas marítimas y la importancia de la Ruta de la Seda comenzó a decrecer, llevando al ocaso e incluso al abandono de florecientes poblaciones establecidas en ella. Actualmente, la Ruta de la Seda ofrece un amplio legado cultural al visitante y entre sus tramos más destacados se encuentran el corredor de Zeravshan-Karakum y la red viaria del corredor Chang’an-Tianshan, ambos declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO.