Es bastante difícil encontrar una isla caribeña donde su gente no presuma de las excelencias del ron local y no afirme con una seguridad absoluta que de todas las versiones del preciado elixir que en el Caribe se producen la mejor es, sin duda, la propia. Pero si hay un país donde sus habitantes están realmente orgullosos de ello, ése es, también sin atisbo de duda, Barbados. Aunque el origen de este licor no está del todo claro, parece haber cierto acuerdo en que esta bebida, surgida al destilar extractos de caña de azúcar, tiene como procedencia esta isla antillana. Y también parece claro que el ron más antiguo que actualmente existe es el legendario Mount Gay, producido desde hace más de trescientos años en la misma destilería barbadeña.

Barbados tiene un pasado un tanto atípico con relación a otros países de la zona. Al contrario que en la mayoría de ellos, los españoles nunca desembarcaron aquí. Fueron los portugueses los primeros europeos que arribaron a la isla y, aunque se establecieron en ella por cerca de cien años, no quedan apenas vestigios de su presencia salvo el propio nombre del estado. Procede éste de la palabra portuguesa barba y su origen se debe a los abundantes ficus con raíces aéreas que allí encontraron los lusos. Allá por el siglo XVII los británicos se apoderaron de la isla y se mantuvieron en ella hasta su independencia, ocurrida en la segunda mitad del siglo XX. Barbados, por tanto, no sufrió cruentas luchas por su posesión y no abundan los restos de fortalezas defensivas, tal y como sucede en muchas islas vecinas.

Varios siglos de dominación británica han llevado a un evidente ambiente inglés en Barbados. Los edificios victorianos y georgianos abundan en el centro histórico de Bridgetown, la capital de la isla. También son numerosas las iglesias anglicanas, al igual que alguna que otra católica fundada por irlandeses que allí se establecieron. Posteriormente fueron creándose templos de otras religiones, como la adventista, pues los locales mantienen una forma de vida más tradicional y espiritual que la acostumbrada en la zona. Me dio incluso la impresión, cuando allí estuvimos a finales de 2004, que estos isleños, de aspecto tímido y sonriente, no destrozan el idioma de Shakespeare, al menos de la forma que suele ser habitual en los países de su entorno.

Unas millas al suroeste de Barbados se encuentra la isla de Curaçao, que fue sucesivamente ocupada por españoles, portugueses y holandeses, bajo cuyo dominio continúa en la actualidad. El origen de su nombre es incierto, aunque la teoría más extendida es que procede de la palabra española corazón, debido a que su forma asemeja algo la de este órgano. Esta denominación habría sido traducida durante la ocupación portuguesa como coraçao y ligeramente modificada más adelante por los holandeses. Al contrario que en Barbados, aquí la mezcla de influencias, fundamentalmente holandesa y española, es evidente tanto en la arquitectura como en el idioma y el carácter isleño.

Willemstad es la capital de Curaçao y posiblemente sea la ciudad con más encanto de todo el Caribe, al menos en mi opinión. Presenta una curiosa mezcla de arquitectura española y holandesa, con sus típicas fachadas decoradas con vivos colores tal y como si estuviera situada en una latitud muy diferente a la que ocupa. Pero a pesar de su aspecto norteño Willemstad es una ciudad con un ambiente bastante caribeño, además de ser muy cosmopolita. Cuando tocaba despedirse de Curaçao lo hice, como no podía ser menos, con una copa de ese licor homónimo de aspecto azulado asemejando la bandera de la isla. Porque, a diferencia de Barbados, no es el ron la bebida de la que están orgullosos sus habitantes sino de este néctar con sabor a naranja, quizás reminiscencia de esas naranjas valencianas que llevaron los españoles hasta allí hace casi cinco siglos.