Retazos omeyas
Situada en las estribaciones de la cordillera del Antilíbano, la antigua ciudad de Anjar es el vestigio mejor conservado de la cultura omeya que queda en el estado libanés. A diferencia de la no demasiado lejana Baalbek, en ella no se establecieron diversas civilizaciones, sino que se desarrolló a comienzos del siglo VIII y fue abandonada solo unas pocas décadas más tarde, tras ser destruida durante un intento de invasión. Constituyó probablemente un centro comercial de importancia y, a tenor de los vestigios encontrados y la gran superficie en la que se encuentran dispersos, debió de tratarse de una población muy próspera a pesar de su efímera existencia. Se piensa incluso que la villa no estaba terminada del todo cuando se precipitó su caída.
El fundador de Anjar fue, al parecer, el dirigente al-Walid I, bajo cuyo mandato el califato ocupó la Península Ibérica llegando a alcanzar su máxima expansión. La pasión por las artes de este monarca es bien conocida y está considerado no solo el máximo impulsor, sino incluso el creador de la arquitectura islámica. Entre sus obras más destacadas se encuentran la fabulosa mezquita de los Omeyas en Damasco y la no menos excepcional mezquita al-Aqsa de Jerusalén, considerada el tercer lugar más sagrado del Islam tras sus equivalentes en La Meca y Medina. Precisamente, al-Walid I también dejó huella en este último lugar al encargarse de la reestructuración y ampliación de la emblemática mezquita del Profeta.
Aunque lo que puede verse actualmente en Anjar no resiste la comparación con la grandeza de la anteriormente mencionada Baalbek, merece la pena dar una vuelta por lo que fueron sus antiguas calles. En ellas pueden verse restos de viviendas, locales comerciales e incluso baños públicos. Todo este lugar está rodeado por una poderosa muralla de dos metros de espesor y que llegó a alcanzar siete metros de altura. Parece evidente que sus habitantes buscaban protegerse a sí mismos, a la vez que a los inquilinos de la que parece ser su edificación más destacada. Conocida ésta como Gran Palacio, mide unos setenta metros de longitud por sesenta de anchura y está rodeada a su vez de otra muralla, que da idea de la importancia de sus moradores.
El factor diferenciador y más interesante de Anjar, a tenor del criterio de los expertos, es el estilo arquitectónico que presentan sus edificios, una especie de evolución del arte bizantino al islámico. En efecto, en las construcciones puede apreciarse como se alterna el tradicional uso de la piedra con el del ladrillo, más propio de los alarifes árabes este último. La distribución de las calles, de una simetría casi perfecta, muestra asimismo muchas más similitudes con las civitas romanas que con las enrevesadas medinas islámicas. Incluso se conserva parte del tetrapylon donde se cruzaba el Cardo Maximus con el Decumanus Maximus, una prueba más de que la población fue construida en un periodo de transición de estilos.
Tras ser abandonada posiblemente todavía en la primera mitad del siglo VIII, Anjar se sumió en una completa oscuridad y permaneció despoblada durante más de un milenio. Concretamente, hasta comienzos del siglo XX, cuando en sus inmediaciones se establecieron unos pocos miles de armenios huyendo del genocidio perpetrado por los turcos contra su pueblo. Una nueva localidad comenzaba a renacer de sus antiguas cenizas y lo hacía gracias a las manos de colonos perseguidos por descendientes de los primigenios fundadores de la población. Una contradicción más en la que seguramente sea la zona más contradictoria del Planeta.