Retando a las aguas
Desde su fundación, ocurrida por encargo del emir Abderramán II en el año 825, la ciudad de Murcia ha estado indisolublemente unida al fluir de las aguas del río Segura. Resulta probable que en aquella época el río discurriera formando diversos meandros en esta zona del sureste de la Península Ibérica, que servían como protección natural a la localidad en tres de los cuatro puntos cardinales. Sin embargo, lo que en principio parecía un emplazamiento ideal pronto se demostró que no era tal. Las furibundas crecidas del Segura, ya documentadas desde la Edad Media, lo convertían en una amenaza temible y controlar sus aguas no resultaba una tarea fácil, más bien todo lo contrario.
Todavía en época musulmana empezaron a proponerse las primeras soluciones para intentar acabar con las periódicas avenidas. La primera de ellas fue levantar una muralla, que además de un propósito defensivo pudiera servir como barrera para detener la furia de las aguas. Ante su inutilidad, se decidió construir el hoy día denominado Azud de la Contraparada, que tenía una doble función. Además de servir como suministro a la red de acequias que alimentaban la huerta murciana, contribuía a ensanchar el cauce del río y hacer que éste discurriera menos encajonado, con lo que la posibilidad de desborde se reducía. No obstante, la terrible riada de 1416, que se llevó por delante la muralla y más de seiscientas viviendas, planteó la necesidad de proteger la población mediante un muro, que pronto empezó a ser conocido como Malecón.
Partiendo desde el centro histórico de la población murciana, el Malecón se prolonga algo más de un kilómetro y medio hacia el interior de lo que entonces era una zona de huerta. Fue originalmente edificado durante la primera mitad del siglo XV y minimizó el efecto de las inundaciones durante al menos dos siglos. Sin embargo, en el siglo XVII y las primeras décadas del siglo XVIII se produjeron importantes riadas que causaron numerosos desperfectos. Entre ellas la de San Calixto, ocurrida en 1651, que causó más de mil muertos. También fue destructiva la de San García, que en 1701 se llevó por delante la versión original del Puente Viejo. Después de la inundación de 1736, cuando se desbordó el río Segura anegando gran parte de la huerta, se decidió reforzar la construcción.
Así nació la estructura que ahora conocemos como Paseo del Malecón. Elevada hasta alcanzar los tres metros de altura y considerablemente ensanchada hasta superar los cinco metros, adquirió la imagen que presenta en la actualidad. A su funcionalidad original de servir de barrera contra las aguas embravecidas del río se le añadió la de lugar de esparcimiento para los ciudadanos locales. En sus laterales se instalaron bancos de piedra para que los paseantes pudieran descansar y disfrutar del agradable clima de Murcia y en algunos puntos se abrieron accesos que servían de paso a los huertos vecinos, más adelante reconvertidos en el asimismo popular Jardín del Malecón.
El nuevo Malecón cumplió a la perfección su cometido de proteger a los murcianos de las furiosas aguas del Segura. Aguantó incólume incluso la tremebunda riada de Santa Teresa, producida el quince de octubre de 1879. Entonces, el caudal del río se acercó a los dos mil metros cúbicos por segundo e inundó el centro histórico de Murcia produciendo efectos devastadores que causaron cerca de ochocientos muertos. Tras la catástrofe, surgieron filántropos como el cacereño José María Muñoz, quien donó más de medio millón de pesetas de la época para ayudar a los afectados. Como agradecimiento, la ciudad de Murcia erigió una estatua de bronce en su honor al final del paseo, justo en el punto donde el Malecón se funde definitivamente con la huerta.