MunDandy

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Puerto Rico

Remando en la oscuridad

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‘Dani, campeón, o remamos de forma sincronizada o no avanzamos’. Convencer a Daniel, de apenas siete años entonces y sobreexcitado ante su primera experiencia con un kayak, de que debíamos remar a la vez no resultaba una tarea sencilla. Para complicar aún más el asunto, era una noche sin luna, estábamos en un lugar desconocido sin iluminación alguna y la visibilidad a nuestro alrededor no alcanzaba más allá de un metro. Cada poco tiempo encallábamos nuestra piragua en la espesura del bosque de manglares que flanqueaba el estrecho canal por el que debíamos de transitar hasta alcanzar nuestro destino: la (mal) denominada bahía bioluminiscente de Fajardo.

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Tan solo siete, según algunas fuentes, o cinco, según otras, bahías bioluminiscentes existen en el mundo y tres de ellas se encuentran en Puerto Rico. La más conocida es Puerto Mosquito, localizada en la pequeña isla de Vieques y que fue incluida hace unos años en el Libro Guinness de los Récords por ser la que más brilla de todas ellas. Las otras dos son La Parguera, situada en el municipio suroccidental de Lajas, y la Laguna Grande de Fajardo, ubicada al noreste de la isla boricua. El fenómeno de la bioluminiscencia es producido por un microorganismo dinoflagelado denominado Pyrodinium bahamense, que fue localizado por primera vez a comienzos del siglo XX en aguas bahameñas. En noches oscuras, cuando se agita el agua a su alrededor, el microorganismo se ilumina adquiriendo una brillante tonalidad azul cobalto.

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El municipio de Fajardo se encuentra aproximadamente a una hora en coche desde San Juan. Cuenta con unos cuarenta mil habitantes, repartidos entre ocho barrios y el denominado Fajardo Pueblo, que actúa como centro administrativo del municipio. En su zona norte se sitúa la playa Las Croabas, que sirve como nexo de unión con la relativamente amplia bahía de Fajardo. Allí, sobre la misma arena, tienen su sede un puñado de empresas que dirigen a los visitantes hacia la Laguna Grande, bien en unas embarcaciones a las que denominan water taxis o mediante el alquiler de kayaks. Nos dirigimos hacia la que previamente habíamos contratado, dispuestos a disfrutar de una experiencia que se presumía inolvidable.

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A pesar de ser habitualmente denominada bahía bioluminiscente de Fajardo, la Laguna Grande es en realidad una laguna litoral. Forma parte de la Reserva Natural Las Cabezas de San Juan, zona protegida en la que abundan los manglares, y se accede a ella a través de un largo y estrecho canal que parte desde la playa Las Croabas. Afirman los locales que en el siglo XVII los españoles se asustaron tanto al observar el fenómeno de la bioluminiscencia que aislaron del mar lo que hasta entonces era bahía, convirtiéndola en laguna. En la actualidad, todo su entorno disfruta de un alto grado de protección y está estrictamente prohibido acceder a ella mediante embarcaciones a motor e incluso bañarse en sus aguas, con el fin de proteger un ecosistema que se ha demostrado frágil.

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Tuvimos suerte y esa noche no había luna. Acompañados por otros piragüistas y encabezados por dos guías, cada uno de ellos en un kayak individual, nos dirigimos por parejas hacia la entrada del canal. Diana y David en una piragua; Daniel y yo en otra. Remando en la oscuridad, guiados exclusivamente por la voz de nuestros monitores, conseguimos recorrer todo el trayecto a pesar de extraviarnos una y otra vez entre los manglares. Millones de microorganismos dinoflagelados nos esperaban en la laguna, dándonos la bienvenida mediante la tonalidad azul brillante con la que respondían a cada una de nuestras paladas. Aunque, para brillo, el que desprendían los ojos de Dani ante la visión de tan prodigioso espectáculo.

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