Reims (por Jorge Sánchez)
Dispuse de un día entero para bien conocer esta ciudad. Llegué de noche, encontré un alojamiento en un dormitorio para mochileros (detrás del estadio deportivo), y por la mañana me dirigí en primer lugar a la catedral de Notre-Dame, famosa por ser el lugar de consagración de los reyes de Francia, siendo la coronación del último monarca el año 1825, según afirmaba una placa. La entrada era libre, lo cual se agradece, pues en España te hacen pagar en casi todas las catedrales, desde Toledo a Barcelona, desde Sevilla a Valencia.
En su interior vi una maqueta de la catedral, así como paneles explicando su historia (en francés). Vi posters con dibujos con títulos tales como Cómo construir una catedral, otro se llamaba El Bautismo de Foujita y allí se explicaba que Foujita fue un artista japonés que trabajó en la decoración de una capilla de esa catedral a mediados del siglo XX y se convirtió al catolicismo al final de sus días, adoptando el nombre de Leonard.
Y es que esa catedral sufrió mucho durante la Primera Guerra Mundial, cuando fue bombardeada por aviones alemanes y quemada casi en su totalidad. Todavía, el día que la visité, se estaban llevando a cabo en su fachada obras de restauración. En otro letrero se agradecía a la dinastía de los Simon, o miembros de una misma familia de artistas, que durante dos generaciones construyeron las hermosas y coloridas vidrieras de los ventanales. Afuera, sobre la gran explanada, observé la estatua ecuestre de Juana de Arco, y enfrente el Palais de Tau (Palacio de Tau), cuyo interior alberga tesoros e instrumentos litúrgicos de incalculable valor histórico y artístico.
Tras estas visitas caminé unos diez minutos hasta alcanzar el tercer elemento de este Patrimonio de la Humanidad, la antigua Abadía de San Remi. Entré y aquello era más bien un museo. Me sobrecogí por la atmósfera de recogimiento que allí experimenté. Lo visité todo bien, como Dios manda, de arriba abajo, a babor y a estribor, por delante y por detrás, observando y admirando concienzudamente la belleza y los detalles de lo allí expuesto, sin dejarme ninguna imagen, bajorrelieve o tumba. Tras ello salí al exterior y me marché a viajar a otra parte.