Iba viajando por Jordania junto a varios amigos españoles de diferentes ciudades: Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia. Días atrás habíamos visitado Wadi Rum, Petra, Jerash y el Mar Muerto; aún nos quedaban tres días en Ammán para esperar nuestro avión de regreso a Barcelona, en España, así que a sugerencia de uno de mis compañeros (el valenciano), uno de esos días decidimos contratar entre todos un chófer con vehículo para que durante toda una mañana nos mostrara los castillos del desierto, construidos en el siglo VIII, y que son famosos por sus frescos con escenas de caza y hasta con baños de vapor o hammans, que utilizaban los mandatarios omeyas. Visitamos tres de ellos; todos se hallaban camino de Irak. Algunos castillos los desdeñamos y no entramos en ellos, pues eran sólo ruinas.

Como ese viaje lo realicé en el año 1988, no recuerdo los nombres de los dos primeros castillos, sólo que se hallaban en el medio del desierto sin un árbol siquiera a su alrededor (consultando en Google debieron de ser los castillos de Qasr al-Azraq y Qasr al-Kharanah, pero no estoy del todo seguro). Pero sí que recuerdo el último, que se llamaba Quseir Amra. Nos extrañó el que no hubiera nadie en la entrada cuidando los castillos (que posteriormente fueron utilizados como caravanserais y habitados por los beduinos), pues cualquier gamberro podría entrar y hacer un graffiti (de hecho ya había varios de ellos en diferentes idiomas). En este último castillo vimos escenas de caza, animales, personas, árboles, naturaleza en general y hasta bajorrelieves. No fue esa una visita turística impactante como las que ya habíamos realizado a Petra o a Wadi Rum, pero sí que fue una manera de llenar un día de una manera provechosa en vez de habernos quedado en Ammán, ciudad donde pasar más de dos días te resulta aburrido.