Desde mediados del siglo XIV, el localmente conocido como Karlův most atraviesa ese río Moldava que sirvió de inspiración al compositor Smetana. Nexo de unión entre dos de los cuatro distritos originales de la capital checa, la historia de Praga no puede entenderse sin este puente, que en sus más de seiscientos metros de longitud ofrece al transeúnte diversas obras de arte e infinidad de leyendas. Anteriormente era denominado Kamenný most, es decir puente de piedra, hasta que a finales del siglo XIX fue renombrado en honor al emperador Carlos IV, quien había sido su impulsor aunque no llegó a ver terminada la obra. En sus pretiles se alinean una treintena de estatuas, auténticas piezas maestras la mayoría de ellas, que le fueron añadidas a comienzos del siglo XVIII, pero las que pueden verse en la actualidad son copias pues los originales se exponen en el Museo Nacional de Praga.