Puebla (por Jorge Sánchez)
Disfruté mucho la visita a esta ciudad, donde pasaría dos días con una noche descubriendo la catedral, iglesias varias, palacios y todos los demás edificios que recomendaba UNESCO, encontrando alojamiento en el barrio barroco.
Puebla es una ciudad bella, colonial; había monumentos recordando a los misioneros españoles que ayudaron a los indios, como el beato gallego Sebastián de Aparicio, precursor de los Caminos desde Veracruz a Zacatecas, y también al fraile zamorano Toribio de Benavente, uno de los fundadores de Puebla, que era tan caritativo que daba su propia comida a los indios pobres de pena que les daba, por eso es hoy muy amado entre los indios, quienes lo conocen como «Motolinía», que en la lengua indígena náhuatl significa «el que se aflige». Una placa de cerámica sobre la pared del Instituto de Geografía Nacional de Puebla, decía:
«HOMENAJE DE ADMIRACIÓN Y GRATITUD A LOS FUNDADORES Y CONSTRUCTORES DE LA PUEBLA DE LOS ÁNGELES EN EL CUARTO CENTENARIO.
MDXXXI – MCMXXXI»
Tan complacido me sentí en Puebla que lo celebré esa noche en mi hostal ordenando un plato típico local llamado Mote Poblano, que consistía en carne de guajolote condimentada con ajonjolí y con chocolate por encima, que estuvo delicioso, y para beber pedí una cerveza Sol (bueno, fueron dos) con un trozo de limón en la boca de la botella.
El día siguiente, antes de proseguir mi viaje a la Jungla del Darién, empleé la mañana en desplazarme al vecino poblado San Pedro Cholula para ascender al templo Chiconaquiahuitl, que consistía en siete pirámides, el complejo piramidal más grande del mundo. Desde la cima, junto a la iglesia Virgen de los Remedios, se divisaba el vecino volcán Popocatépetl.