Profeta en su tierra
A pesar de ser casi un desconocido para las nuevas generaciones murcianas, José Antonio Rodríguez era todo un personaje entre sus paisanos durante aquellos creativos años de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Había nacido en la propia ciudad de Murcia y, aunque cursó estudios de Arquitectura en Madrid, siempre tuvo claro que su lugar de residencia estaba en su tierra. Nada más retornar entró como aprendiz en el estudio del reconocido arquitecto Justo Millán, quien fue fundamental en su nombramiento como arquitecto municipal en sustitución del afamado Pedro Cerdán. Acababa de comenzar el siglo XX y Rodríguez estaba listo para desarrollar su obra.
Tras algunas creaciones menores, la primera gran obra de Rodríguez fue la denominada Casa Díaz Cassou. El arquitecto estaba muy integrado en la alta sociedad murciana y mantenía buena amistad con algunos de sus miembros más reconocibles. Uno de ellos fue el abogado y escritor Pedro Díaz Cassou, quien, junto a sus hermanos, le encargó el proyecto de una vivienda familiar. Lamentablemente, su cliente no pudo ver concluido el encargo, puesto que falleció antes de la finalización de éste. El resultado es una edificación que incluye un característico chaflán, en el que se sitúa un mirador semicilíndrico con decoración modernista.
La solución del chaflán debió ser del agrado de la concurrencia, porque apareció posteriormente en alguna otra de sus obras. Una de ellas fue la Ferretería Guillamón, cuyo diseño con un mirador semicircular es muy similar al anterior. Realizada en plena década de los veinte del siglo pasado, sorprenden las reminiscencias modernistas de esta construcción cuando ese estilo ya había caído en desuso. Carece de chaflán la Casa Cerdá, aunque la unión entre sus dos fachadas también está ejecutada mediante una línea curva que se prolonga con una cúpula también de tintes modernistas. Inaugurado el año que dio comienzo la Guerra Civil, tan solo dos años antes de fallecer su autor víctima de una neumonía, éste fue su último proyecto.
Para algunos estudiosos de la figura de Rodríguez, su obra más ambiciosa fue la localmente conocida como Casa de los Nueve Pisos. Completamente diferente a los proyectos anteriormente mencionados, el arquitecto dio sobradas muestras con esta edificación de su flexibilidad y la facilidad que tenía para cambiar de recursos cuando la situación lo requería. En cierta manera, también demostró su clarividencia, puesto que la construcción de viviendas en altura llegaría bastante más tarde a esta zona del Levante español. Sin embargo, el proyecto fue un fracaso en su momento y hubieron de pasar varias décadas para que sus conciudadanos lo entendieran y valoraran como realmente se merecía.
Persona de profundas creencias religiosas, el arquitecto fue uno de los refundadores de la cofradía del Santísimo Cristo del Perdón, en cuya procesión del Lunes Santo solía portar el estandarte. También fue nombrado Arquitecto Diocesano en sustitución de su maestro Justo Millán, por lo que estaba encargado de supervisar las obras realizadas en los templos de la Diócesis de Cartagena. Fue también responsable de algún proyecto religioso, como el nuevo campanario del monasterio de la Virgen de las Huertas en Lorca. Y aunque en su ciudad natal no tuvo ningún encargo de ese estilo de manera directa, sí se involucró en temas eclesiásticos con la que, en mi opinión, es su obra más personal. Destinado a servir como sanatorio para clérigos y gente sin recursos, el magnífico Hospital de Convalecencia acoge en la actualidad el Rectorado de la Universidad de Murcia. Aunque no fuera ése su propósito inicial, seguro que Rodríguez se habría sentido orgulloso.