Crédito: Pranav Bhatt
Caracterizada por su delgadez y sus bordes ligeramente elevados, la pizza napolitana viene siendo preparada en la ciudad de Nápoles al menos desde la primera mitad del siglo XVIII. En esa época, su único ingrediente era el tomate utilizado para recubrir un fino disco de masa tierna. Más adelante comenzaron a aparecer las primeras pizzerías, que fueron espacios exclusivos de la población local hasta bien entrado el siglo XX. Con el tiempo, la salsa únicamente hecha con tomate que cubría la base fue evolucionando hacia dos variedades fundamentales hoy día: la pizza marinara, que al pomodoro le incorpora ajo, orégano y aceite de oliva; y la pizza margherita, que lo hace con mozarella, albahaca y aceite de oliva. Muchas otras variaciones han ido surgiendo tanto en la localidad en sí como en muchos otros lugares, pero en la cocina napolitana tradicional tan solo se consideran las dos anteriores. Mención especial merece el trabajo de los aproximadamente tres mil pizzaioli que existen en Nápoles, quienes se encargan de preparar la masa de la pizza y hornearla girándola sobre su eje, de forma que adquiera su peculiar forma redonda. Esta tradición se transmite en el seno familiar o en escuelas especializadas y suele ponerse de manifiesto en cada bottega, término con el que localmente se denomina a las pizzerías.
