Como si fuera consciente de que se acerca su final, cuando le separan ya solo unos pocos kilómetros de su desenlace el Danubio inicia un giro de noventa grados hacia el norte, en lo que parece ser un intento postrero de escapar a su destino. Abandona de esta manera la frontera entre Rumanía y Bulgaria para internarse definitivamente en territorio rumano y discurrir paralelo a ese Mar Negro al que inútilmente trata de evitar. La porción de terreno que se interpone entre ambos desde ese momento hasta que el gran río europeo vuelve a girar de nuevo para afrontar su término es denominada Dobrogea y constituye la única salida de Rumanía al mar. Presume además de una serie de características que le aseguran una entidad propia y la diferencian sobremanera de los otros territorios que componen el país.

Situada en una planicie a baja altura, Dobrogea presenta unas condiciones climáticas fuertemente influenciadas por su proximidad al mar, que le proporciona una suavidad desconocida en el rígido clima continental del resto de la nación. La temperatura media es considerablemente más elevada que en otras regiones de Rumanía y las horas de sol mucho más numerosas, hechos que sitúan a esta comarca como destino vacacional favorito de los locales en los meses veraniegos, cuando en las playas del Mar Negro no cabe un alfiler. Hacia el interior lo que prima es el cultivo de frutas y hortalizas y no es infrecuente ver a los campesinos vendiendo sus productos al pie de la carretera. Dobrogea también es muy conocida por su producción vinícola, destacando algunos caldos tan renombrados como los de Murfatlar.

Poco después de iniciar su desesperado camino hacia el norte, el Danubio se divide en dos brazos formando una isla de más de ochocientos kilómetros cuadrados de extensión, a la que se conoce como Balta Ialomiței. Aunque en el pasado este territorio era pantanoso, anegado en casi toda su superficie, durante el periodo comunista que vivió el país se desecó con fines agropecuarios. En la actualidad, buena parte de la isla se dedica a cultivar cereales y otros productos pero en algunas zonas subsisten aún pequeñas lagunas donde es posible la contemplación de aves acuáticas. En época de lluvias el Danubio suele desbordarse y partes de Balta Ialomiţei quedan bajo las aguas, debido a la escasa elevación que presenta su territorio.

Con el fin de dar paso al ferrocarril que cruza Balta Ialomiţei en dirección al Mar Negro fue proyectado el puente Anghel Saligny, así llamado en honor al ingeniero que lo diseñó. Cuando fue inaugurado, a finales del siglo XIX, se trataba del viaducto más largo de Europa y se ha mantenido en uso durante más de un siglo, hasta que hace un par de décadas fue estrenado el vecino puente de Cernavodă. Da acceso éste a la ciudad del mismo nombre, cuyo significado en búlgaro es agua negra. No sé si por casualidad o por el sentido del humor un tanto ácido de quien tomó la decisión, desde hace unos años esta villa alberga la única central nuclear existente en Rumanía, que en la actualidad suministra cerca de un veinte por ciento de la electricidad consumida en el país.

A pesar de que Cernavodă es una población muy poco atractiva para el viajero, puede presumir de una larga historia, no en vano en esta zona se desarrolló hace unos ocho mil años la cultura neolítica conocida como Hamangia. Junto a diversos restos de cerámica decorados con complejos motivos geométricos, en un asentamiento cercano a esta localidad fueron descubiertas hace aproximadamente medio siglo dos pequeñas e intrigantes figuras antropomorfas, que fueron denominadas El pensador y La mujer sentada. Considerada por la UNESCO una de las representaciones más importantes en la historia cultural de la humanidad, El pensador se asoma al exterior desde su vitrina en el Museo de Historia Nacional y Arqueología de Constanţa, mostrando al visitante un aspecto característico de la idiosincrasia rumana que se mantiene inmutable desde hace muchos miles de años.