Pidiendo las sales
Ya he escrito en alguna otra ocasión sobre mis interminables contratiempos con la acrofobia, ese miedo irracional a la altura que ha condicionado enormemente toda mi vida. Esta angustiosa sensación ha ido en incremento desde que padezco problemas en el oído interno, seguramente relacionados con mi afición a la música rock y que me hacen sufrir episodios de inestabilidad, mareos, vértigos y hasta caídas ocasionales. Sin embargo, tan solo en contadas ocasiones he experimentado ataques de claustrofobia, otro miedo irracional, en este caso relacionado con los lugares cerrados, que también suele resultar considerablemente incapacitante para quien tiene la mala suerte de padecerlo.
Pero no he venido aquí a hablar de mis fobias, sino de mis filias. Concretamente de la que siento por Rumanía, uno de los países más interesantes de Europa en mi opinión. Dentro del ya de por sí poco valorado territorio rumano existen lugares extraordinarios y relativamente poco visitados, a excepción de la generalmente entusiasta población local. Uno de los más recónditos para el foráneo es la localmente denominada Salina Turda, antigua explotación de sal que se encuentra a las afueras de la villa homónima, situada a su vez a unos treinta kilómetros al sureste de la ciudad de Cluj. Cabe indicar que ésta no es una salina al uso, sino un conjunto de cinco minas cuyas dimensiones alcanzan los cuarenta y cinco kilómetros cuadrados de superficie.
Geológicamente hablando, los depósitos de sal acumulados en la Salina Turda se formaron hace más de trece millones de años. Están compuestos por cloruro sódico cristalizado al noventa y nueve por ciento y se estima que sus reservas alcanzan los cuarenta mil millones de toneladas. A pesar de que algunas fuentes aseguran que su explotación comenzó en la época romana, no existen evidencias al respecto salvo por la presencia del fuerte Potaissa en sus inmediaciones. Las primeras extracciones documentadas comenzaron en la segunda mitad del siglo XI y se prolongaron a lo largo del tiempo hasta darse por concluidas durante la primera mitad del siglo XX.
Cinco minas, respectivamente denominadas Iosif, Rudolf, Terezia, Ghizela y Anton, componen el conjunto. Se llega hasta cuatro de ellas a través de un túnel de acceso, excavado en la roca salina, al que se conoce como galería Franz Josef. Al final de éste se encuentra la mina Iosif, que supera los cien metros de profundidad y, debido a su aislamiento, tiene un característico efecto de eco. Un centro de haloterapia con tratamientos naturales está abierto en la mina Ghizela, que es la más pequeña de todas debido a que su explotación duró poco tiempo. En la mina Rudolf pueden verse diversas estalactitas de sal, algunas de las cuales superan los tres metros de longitud. Contiene además un parque de atracciones, con noria, minigolf, bolera y hasta un anfiteatro con calefacción para conciertos. No se quedan ahí las sorpresas, puesto que en la mina Terezia, la más profunda de todas ellas, existe un lago subterráneo con una isla en su interior incluida.
Recorriendo la galería Franz Josef a la temperatura de entre diez y doce grados que se mantiene constante en el complejo experimenté una sensación de confort. Al final de la galería se llega a la sala del Pozo de Extracción, donde pueden verse algunos ejemplos de la maquinaria original de la mina, incluyendo vagonetas para el transporte de mineral. Desde allí toma unos quince minutos llegar a la sala Crivac, así denominada por albergar un espectacular cabrestante del siglo XIX que era utilizado para elevar los bloques de sal a la superficie. Poco después se alcanza la escalera de los ricos, construida en madera de abeto también en la segunda mitad del siglo XIX y por la que se accede a la mina Rudolf. Desde allí parte el ascensor panorámico que desciende trece pisos hasta el parque de atracciones anteriormente mencionado. Me hubiera encantado bajar, pero mi acrofobia no estuvo de acuerdo, así que me conformé con echarle un vistazo rápido desde arriba y retorné cabizbajo hacia la escalera de los ricos para seguir admirando la grandiosidad de la Salina Turda.