Perdidos en el bosque
Geográficamente, la isla de Viti Levu es la más grande de Fiji y una de las de mayor extensión en Melanesia con sus más de diez mil kilómetros cuadrados de superficie, lo que supone más de la mitad del estado. Tiene forma prácticamente circular, con montañas no demasiado elevadas en su interior y las principales poblaciones localizadas junto a la costa. Aproximadamente un setenta por ciento de la población fijiana vive en Viti Levu y en ella están establecidas las mayores concentraciones urbanas de todo el país, destacando Suva en el este de la isla y las ciudades de Nadi y Lautoka, muy próximas entre sí y situadas en la zona oeste de la misma.
Es muy posible que el nombre de Viti Levu fuera el origen de la denominación del estado fijiano. Al parecer, cuando los ingleses llegaron al actual archipiélago de Tonga, les informaron sobre un pueblo guerrero al que llamaban Fisi, pronunciación errónea de Viti, y de ahí derivó el término de Fiji. En la isla se distinguen tres zonas bien diferenciadas. La parte oriental está cubierta por una densa vegetación y suele presentar precipitaciones frecuentes durante todo el año. La occidental, donde la cantidad de lluvia que cae es muy inferior, ha sido considerablemente roturada desde un par de siglos atrás y está ocupada fundamentalmente por plantaciones de caña de azúcar. Mientras que la zona central presenta un relieve acusado, aunque sin llegar a grandes elevaciones, alcanzando la mayor altitud del país en el monte Tomanivi con algo más de mil trescientos metros.
Aunque nuestra puerta de entrada a Fiji fue la zona occidental, pues llegamos al aeropuerto internacional de Nadi, decidimos pasar la mayor parte de nuestro tiempo en el país justo en el lado contrario. La carretera que conecta Nadi y Suva, las dos poblaciones principales de la isla, va bordeando toda la costa sur de ésta, evitando el rugoso interior. El viaje dura unas tres horas y durante el trayecto es posible vislumbrar alguna de esas paradisiacas playas que han dado fama a este estado melanesio. También una falta casi absoluta de vegetación, que resulta un tanto sorprendente pues deshace un tanto el estereotipo que suele tenerse sobre el archipiélago fijiano al otro lado del mundo.
Sin embargo, el paisaje gira bruscamente al aproximarse a Suva. La capital fijiana está situada en la costa sureste de Viti Levu y a menos de una veintena de kilómetros del centro de ésta se encuentra el denominado Parque Nacional Colo-i-Suva, establecido ya en la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de un auténtico oasis tropical, donde puede apreciarse en detalle el bosque lluvioso que cubría la mayor parte del territorio de la isla en la antigüedad. En él abundan los endemismos, fundamentalmente vegetales pero también alguna que otra especie de ave que solo en este lugar puede encontrarse. El agua juega un papel fundamental en Colo-i-Suva, pues parte de su territorio está recorrido por el río Waimanu, que allí forma una pequeña garganta llamada Waisila donde se suceden las piscinas naturales y algunas diminutas cascadas.
Desde que pasamos cerca de él tuvimos claro que nos acercaríamos a visitarlo durante nuestra estancia en Suva. El día siguiente pusimos manos a la obra y nos dedicamos a recorrer este sitio mágico por los más de seis kilómetros de veredas que allí han sido trazadas. Llegamos hasta algunas de las piscinas naturales que en el Parque existen e intentamos localizar una cascada de la que habíamos oído hablar. En vano, pues perdimos la senda en el intento. Y no había manera de preguntar a nadie el camino correcto, al ser probablemente los únicos humanos allí presentes en aquel momento. Así que, tras dar numerosas vueltas admirando el inmaculado entorno que nos rodeaba, decidimos volver sobre nuestros pasos, no fuera a ser que los duendes que en aquel bosque sin duda habitan se sintieran incomodados con nuestra presencia.