Península de California (por Jorge Sánchez)
Este Patrimonio no lo visitaría en su totalidad y no creo que nadie lo intente, pues comprende muchas islas e islotes. Viajé a lo largo de la Península de California durante una semana, desde que embarqué en un ferry nocturno en Topolobampo, desembarcando en La Paz por la mañana, hasta que llegué en autobuses a Tijuana y penetré en San Diego, Estados Unidos de América.
Durante esos siete días visité diversas ciudades y varios parques nacionales. Pero no me desvié al Santuario de Ballenas de El Vizcaíno (otro Patrimonio de la Humanidad), pues inferí que sería cara la excursión y yo no andaba muy sobrado de pesos esos días. Dormía a veces en los parques naturales, o a la orilla de la playa, aunque una noche lo hice en una misión jesuita (me daba ilusión pasar la noche en un sitio sagrado), y visitaba al azar los sitios que cruzaba, de manera tranquila, fueran parques, aldeas o misiones. Dependía de los horarios de los autobuses, que eran muy caprichosos, por lo que hubo alguna noche que dormí a la intemperie, sobre un banco de madera en las afueras de una terminal espartana de autobuses en medio de la nada, lejos de la playa y de los parques naturales, sin cafeterías ni supermercados.
En la Península de California se recordaba a Hernán Cortés en letreros, pues él descubrió esa península para el mundo occidental (no así la California de Estados Unidos de América, que la descubriría Cabrillo). Precisamente las aguas que había surcado entre Topolobampo y La Paz se conocen por Mar de Cortés, aunque también por Golfo de California, y en algunos mapas se puede leer Mar Bermejo. También observé bustos y placas con palabras cariñosas dedicadas al misionero italiano Juan María de Salvatierra, considerado el apóstol de Baja California.
Vi iglesias españolas en cada ciudad y me detuve en las que consideré más históricas, tratando de no perderme ninguna misión. Aparte de Loreto, el pueblo que más me atrajo, y donde me quedaría dos días, fue Santa Rosalía, pues a finales del siglo XIX, cuando México era un país ya independiente, llegaron a esa población una colonia de franceses para explotar una mina de cobre. Allí las tradiciones eran francesas y los edificios se habían levantado en estilo colonial francés siguiendo los planos del ingeniero Gustave Eiffel, incluso la original iglesia y el horno. Para desayunar entraba en mi panadería favorita, que databa del siglo XIX, donde ordenaba un croissant junto a un café au lait.
El sexto día, ya en Ensenada, observé una gran estatua de Cristóbal Colón. Y un día más tarde llegué por fin a Tijuana, cosa que celebré con una vasito (bueno, fueron dos) de tequila, antes de dirigirme a San Diego (Estados Unidos de América), donde al día siguiente me desplazaría a un parque vecino para rendir mis respetos a Juan Rodríguez Cabrillo, el descubridor de California.