Pasajeros al tren
Desde mi más tierna infancia el mundo del ferrocarril me ha atraído sobremanera. Recuerdo bien cuando mi lista de deseos expresados en la carta a los Reyes Magos estaba inequívocamente encabezada por un tren de juguete que se desplazaba sobre sus raíles impulsado por las baterías que incluía su locomotora. Casi tan real como los de verdad, aunque a inferior escala, al menos eso pensaba yo entonces. Más adelante, el ferrocarril se convirtió en mi medio de locomoción preferido para alcanzar lugares a los que me resultaba imposible llegar a pie. Cuando miraba al exterior a través de la ventanilla me sentía como el espectador de una película proyectada ante mis ojos, que siempre concluía con un final feliz al llegar al destino.
Viajar en tren ha entrado dentro de lo cotidiano, por consiguiente, aunque no esperaba hacerlo en el África subsahariana debido a su irrelevancia como medio de transporte en esta zona del mundo. Sin embargo, hace unos años tuve la oportunidad de realizar un trayecto entre las localidades beninesas de Parakou y Savè, unidas mediante la línea férrea en la década de los treinta del siglo XX. La primera de ellas cuenta con algo más de doscientos mil habitantes, que la convierten en la más poblada del interior del país. Éstos no forman parte de una etnia dominante, sino que en ella conviven representantes de varias etnicidades, entre las que sobresalen los peul, fon, hausa, yoruba e incluso somba y tuareg. Parakou es una ciudad comercial y entre sus numerosos mercados se encuentran algunos de los más grandes de Benín.
La línea férrea de Benín fue creada durante la época colonial francesa. Concretamente, comenzó a funcionar en 1906 uniendo el puerto de Cotonou con la localidad de Ouidah, ambas paradas situadas en la zona costera del país. Con el tiempo se fue ampliando, primero con un ramal a la población de Pobè y más adelante extendiéndose hacia el norte, llegando a Parakou en 1936. Desde entonces no se han añadido más estaciones, aunque está prevista una ampliación más ambiciosa, que uniría esta ciudad con Niamey, la capital del vecino estado de Níger. De hecho, las obras han comenzado ya, aunque, a la manera africana, su fecha de conclusión es indefinida.
Aproximadamente unos ciento sesenta kilómetros de vía férrea unen las localidades de Parakou y Savè. Arrastrado por una locomotora alimentada por combustible tipo diesel, el ferrocarril se mueve a un ritmo lento pero constante y va efectuando diversas paradas en apeaderos como el del pueblo de Alafía. Cuando el tren se detiene, incluso antes de que llegue a hacerlo del todo, numerosos comerciantes se acercan a ofrecer sus productos a los viajeros. No faltan tampoco quienes se aproximan tan solo para saludar, ni las sonrisas de los niños, que nos alegran y acompañan durante todo el trayecto. Parecen conscientes de los beneficios que el caballo de hierro aporta a sus familias.
Tiempo después, la presencia de unos característicos bolos graníticos nos avisaba de que nos estábamos aproximando a Savè. De tamaño bastante más reducido que Parakou, Savè es una población de origen yoruba, aunque en la actualidad su espacio es compartido con otras etnias, especialmente los peul. Cercana a la vecina Nigeria, cuenta con una población de unos setenta mil habitantes, dedicados también en su mayoría al comercio. Tras unas cinco horas de viaje, nuestro recorrido en tren por tierras del interior de Benín tocaba a su fin. ¿Y sabéis qué? Aunque diste mucho de la calidad que se le supone al AVE, la experiencia me resultó infinitamente más satisfactoria.