Palermo (por Jorge Sánchez)
Viajé a Palermo en dos ocasiones, cuando UNESCO todavía no le había concedido el honor de formar parte de esta organización como Patrimonio de la Humanidad. Hoy, este patrimonio consta de nueve partes, de las cuales yo sólo conocí tres, a saber: la catedral de Cefalú, la catedral de Palermo y la Capilla Palatina.
De hecho, durante mi primer viaje a Sicilia había viajado primero a Cefalú siguiendo las huellas de un inglés aficionado al misticismo y que era un alpinista del Himalaya, llamado Aleister Crowley, un personaje algo siniestro que había fundado en lo alto de Cefalú una comunidad que llamaba Abadía de Thelema, cuyas ruinas con frescos visitaría de manera furtiva (estaba rodeada de una cerca por la que trepé), hasta que su grupo fue expulsado de Italia por órdenes de Mussolini. Y al descender entré en la catedral de Cefalú. Más tarde ese mismo día visitaría Palermo, donde permanecería un día.
Durante mi segunda estancia en Sicilia observé los vestigios de los tiempos cuando esa isla era posesión de la Corona de Aragón. En una esquina, llamada Quattro Canti distinguí las estatuas representando los cuatro primeros reyes de nuestra Dinastía Habsburgo en España. También revisité la catedral, que ya conocía de mi primer viaje. Fue en mi segunda visita a Palermo cuando entré por primera vez en la Capilla Palatina, cuya belleza y elegancia me sedujo de inmediato. Sus mosaicos me parecieron exquisitos; a uno le entraban ganas de arrodillarse y rezar ante las representaciones de Jesucristo en agradecimiento a tal perfección lograda por los artistas.
Esa capilla era una pequeña joya. El permanecer dentro de ella observando la delicadeza de sus mosaicos produjo que me entrara un sentimiento tierno, de recogimiento. Los días de mi segunda estancia en Sicilia había dentro del complejo de la Capilla Palatina una exposición de la película El Gatopardo, filmada en Palermo, interpretada por Claudia Cardinale, Burt Lancaster y Alain Delon.