Palau de la Música (por Jorge Sánchez)
He de reconocer con cierto pudor que las dos únicas veces que he visitado, tanto este Palau (Palacio en español) de la Música Catalana, como el hospital de Sant Pau (San Pablo en español), ha sido motivado por la petición de dos amigos extranjeros alojados en mi casa, quienes me señalaron que eran Patrimonios de la Humanidad y me pidieron acompañarles. Uno era de Italia, a quien conocí en las Islas Salomón, y otro (otra) una turista de Rusia. ¡Qué vergüenza! Tuvieron que venir de fuera para forzarme a visitar esos dos maravillosos sitios, y eso que vivo en un pueblo a un tiro de piedra de Barcelona.
Desde Hospitalet de Llobregat abordamos el Metro hasta la Sagrada Familia, edificio que les mostré a ambos (en dos diferentes visitas). De allí caminamos al Hospital de San Pablo, cuya entrada era gratuita y, además, en una caseta nos agruparon con otros visitantes (todos extranjeros, menos yo) y una chica en inglés nos fue enseñando algunos de los pabellones modernistas y callejones del recinto de ese estupendo hospital. Pensé que debe dar gozo caer enfermo si te hospitalizan allí, pues la belleza ayuda a sanarte. En las dos ocasiones iba admirado contemplando la belleza de las vidrieras y la armonía de las formas arquitectónicas.
Más lúcida fue la segunda visita, ya de noche, al Palacio de la Música Catalana. Tras verlo desde fuera y hasta tomarnos un café en el interior, no quisimos pagar la entrada para la visita guiada, ya que por apenas unos pocos euros más preferimos adquirir un billete para, además de ver la maravillosa arquitectura interior, presenciar un show, en una ocasión, con mi amigo italiano, de música clásica española (no recuerdo el nombre del virtuoso de la guitarra, pero era de Castilla), y la segunda fue un espectáculo de flamenco increíblemente colorido y bello, y así mi amiga rusa «mató dos pájaros de un tiro», como se suele decir, ya que además de observar por dentro el Palacio de la Música Catalana (sitio UNESCO) también asistió a un espectáculo de flamenco, que es Patrimonio Inmaterial de la UNESCO.
Ni qué decir tiene que mi amiga se sintió en el séptimo cielo. Todos los catalanes (o al menos la inmensa mayoría) adoramos el flamenco, por ello cada año celebramos la mayor concentración de personas en España (sólo por detrás de la Feria de Sevilla), o unos 3 millones de catalanes amantes del flamenco que nos congregamos la Feria de Abril junto al Fórum para, durante diez días, disfrutar de sevillanas y el arte de la guitarra española bebiendo finos y comiendo «pescaítos». En verdad, los catalanes somos afortunados de tener en casa este evento anual, uno de los más numerosos que se celebran en el mundo, sólo superado por los carnavales del Brasil, los Kumbha Melas de la India, o los peregrinos a La Meca. Por otra parte, los catalanes estamos muy orgullosos del Palau de la Música Catalana, pues es para nosotros como un templo del flamenco. La programación de espectáculos de flamenco es uno de los que tienen allí más éxito, y es difícil conseguir billetes de entrada. El Palau es mejor sitio que uno de los numerosos tablaos que existen en la ciudad condal para presenciar ese arte, una de las danzas más bellas que ha producido la Humanidad. A la salida del espectáculo flamenco del Palau, vendedores magrebíes y norteafricanos vendían (con éxito) castañuelas, muñecas de bailarinas andaluzas y sombreros cordobeses a los espectadores, que todo compraban encantados.