Pafos sería lo primero que visité durante mi primer viaje a Chipre en el año 1984. Llegué al puerto de Limasol en barco, procedente de la isla de Creta (Grecia), y de inmediato, y sin pasar primero por la capital Nicosia, practiqué el autostop directamente hasta Pafos, donde me quedaría prácticamente un día entero admirando sus ruinas y hasta pasando la noche entre ellas, a orillas de la playa, ya que me gusta dormir en los sitios sagrados donde se ha desarrollado una gran actividad humana, pues me parece que de este modo adquiero baraka.

No me movió el viajar allí la fama de este sitio UNESCO, pues en el tiempo de mi visita (año 1984) no me preocupaba por los patrimonios mundiales, y hasta los ignoraba, sino que fui por la fama de Afrodita, la diosa de la belleza y el amor, a quien estaba dedicado ese antiguo santuario pues, según la mitología griega, allí en Pafos nació esa diosa, la equivalente de la Venus romana. Me sorprendió que durante las largas horas que allí pasé apenas viera turistas, salvo un grupo numerosos de alemanes guiados por un guía que llegó al poco rato. Por otra parte, el lugar no estaba cercado; cualquier gamberro o ladrón podría acercarse al interior del antiguo templo de Afrodita y romper, o robar, fragmentos de esas ruinas. Vi algunas columnas, fragmentos de palacios, de murallas y de tumbas. No me entusiasmaron en demasía esas ruinas, que se remontan al siglo XII antes de Jesucristo, pero sí que me cautivaron los mosaicos cerca de allí, que también visité.

Dormí plácidamente en la playa del templo de Afrodita y al día siguiente me dirigí a Nicosia, la ciudad amurallada y dividida entre la población greco-chipriota por un lado, y la turca por el otro, que proclamaba una «República Turca del Norte de Chipre» que sólo Turquía reconoce.