Ouro Preto (por Jorge Sánchez)
Tan pronto como llegué a Ouro Preto, ciudad de unos 70.000 habitantes, adiviné que sería uno de mis Patrimonios Mundiales favoritos de Brasil. Su belleza contemplada desde un promontorio al que accedí era deslumbrante, más aún que la de Diamantina. La visión de la naturaleza alrededor de Ouro Preto en medio de un valle rodeado de montañas cubiertas de maleza te cortaba la respiración.
Mientras que en Goiás y en Diamantina no encontré ningún turista, en Ouro Preto los había a centenares. Muchos eran brasileños, pero también noté la presencia de estadounidenses con acento de Oklahoma y la de hispanoamericanos, sobre todo argentinos, lo que deduje por la palabra que utilizaban repetidamente de vos en lugar de tú o usted, más la interjección che y el verbo agarrar. En medio de la plaza principal se hallaba una gran estatua dedicada al héroe y mártir Tiradentes, quien daba nombre a la plaza. Enfrente de la estatua se localizaba el Museu da Inconfidência, del cual sólo pude visitar la planta baja, pues la entrada al resto del museo era de pago. Una de las iglesias donde había más cola de turistas para entrar era la de São Francisco de Assis, de estilo barroco con decoración rococó, que fue ejecutada por Aleijadinho.
Cuando me entró hambre entré en un restaurante al peso (donde te pesan la comida y pagas por gramos) y me serví de una perola un delicioso plato típico de Minas Gerais llamado frango com quiabo e angú, consistente en pollo con polenta, regado con una buena cerveza Brahma. Como mi autobús a mi siguiente destino saldría por la noche, y ya me pareció que había visitado las iglesias principales de Ouro Preto, más sus palacios, museos de libre acceso, y me había paseado por sus callejones más íntimos, determiné abordar un autobús local para conocer otra ciudad encantadora que había sido la primera capital del estado de Minas Gerais: Mariana, a sólo media hora de trayecto. Al llegar, invertí unas dos horas en recorrer los sitios más históricos de esa ciudad barroca del siglo XVII. Las poblaciones de Mariana, São João del-Rei y Tiradentes bien podrían ser añadidas a los patrimonios de UNESCO, pues no carecen ni de historia ni de belleza.
En el departamento de turismo me suministraron mapas y folletos. Había en esa oficina unas pinturas que me fascinaron; se representaban en ellas, en estilo naif, las fiestas de Mariana, sus costumbres, y también la avidez de los portugueses por arrancar el oro de las montañas y los ríos, forzando a los esclavos africanos a trabajar a destajo con sus picos y palas, azotándoles con látigos.