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Suiza

No solo finanzas

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Aunque en otros países sería poco más que una tranquila ciudad de provincias, Zúrich es la mayor urbe de Suiza y el centro neurálgico de la potente economía helvética. Pero a pesar de tener un aspecto muy diferente al resto del estado, tal vez con la excepción de Ginebra, unos pocos días en esta apacible localidad no dejan de tener su interés tanto desde el punto de vista paisajístico como desde el cultural y gastronómico. En su imagen no predominan las montañas sino el agua, no en vano la ciudad se desarrolló justamente en la zona donde el río Limmat desemboca en el lago que dio nombre a la población. Por tanto, la percepción que se obtiene al visitar esta metrópoli, algo que hicimos en el verano de 2002, suele estar asociada a ese líquido elemento que aparece en casi cualquier representación de la villa.

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Uno de los edificios más antiguos de Zúrich es la iglesia conocida como Grossmünster, que data del siglo XII. Se dice que este templo fue un encargo del mismísimo Carlomagno, aunque probablemente esto no sea más que una leyenda. Lo que sí está claro es que se trata de una de las cunas del protestantismo pues en ella fue pastor Ulrich Zwingli, coetáneo y de similar pensamiento que Lutero, que aquí comenzó a exponer sus ideas reformistas. A pesar de que su origen es románico, presenta actualmente una imagen heterogénea debido a las reformas que ha sufrido a lo largo de los años. Sus torres gemelas eran en principio góticas pero la parte superior de ambas fue destruida en el siglo XVIII y fue entonces cuando se les añadió el remate superior, de estilo barroco y que les da una apariencia bastante peculiar.

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Existen otros edificios religiosos de interés en la ciudad y casi todos exhiben una única torre campanario, frecuentemente rematada por un estilizado chapitel de forma piramidal e incluyendo relojes en cada uno de los laterales de la fachada. Algo que no debe extrañar, pues al fin y al cabo los helvéticos tienen ganada una merecida fama como maestros relojeros y su puntualidad extrema es bien conocida. La Fraumünster es lo que queda de una antigua abadía fundada en el siglo IX y su rasgo más característico quizás sean sus vidrieras, firmadas por Marc Chagall. La Peterskirche era de origen románico, pero ha sido muy reformada; su torre campanario es actualmente parte del Ayuntamiento de Zúrich y presenta unos enormes relojes murales, de los más grandes que existen en la actualidad. Por último, la llamada Jakobkirche está enclavada en el lugar que ocupaba una iglesia del siglo XIII ya desaparecida.

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El ambiente cultural en Zúrich es también digno de mención. Aquí fue fundado hace aproximadamente un siglo el famoso Cabaret Voltaire, lugar de culto donde germinó el movimiento dadaísta, precursor del surrealismo. Artistas como Kandinsky o Paul Klee se reunían en él cuando la mayor parte de Europa estaba bajo los terribles efectos de la I Guerra Mundial, y su neutralidad habitual hacía de Suiza un oasis de calma donde incluso el arte seguía floreciendo. Asimismo, en Zúrich pueden encontrarse algunos museos de interés como el Kunsthaus, con buenos exponentes de arte impresionista y modernista. O el Museo Nacional de Suiza, donde se realiza un viaje al pasado del país, desde la Prehistoria hasta la Edad Contemporánea.

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Resulta difícil entender como en un país alpino como éste existe tanta afición a un producto como el chocolate, propio de climas más templados. Sus habitantes están orgullosos del producto local, que debe seguir unas estrictas reglas de fabricación y pasar unos severos controles de calidad. Como no podía ser menos, la ciudad de Zúrich está también relacionada de alguna manera con este derivado del cacao. Se dice que fue Heinrich Escher, alcalde de la villa a finales del siglo XVII, quien probó por vez primera la preciada bebida en Bruselas y le gustó tanto que la difundió por toda Suiza. Curiosamente, parece ser que fue prohibido en sus inicios al ser considerado afrodisiaco, algo intolerable en un país tan tradicional como éste. Pero con el tiempo sus delicias llegaron a conquistar el paladar de los fríos suizos, que se han convertido en los máximos consumidores mundiales de tan delicado manjar.

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