Niah (por Jorge Sánchez)
A la salida de Brunéi entré en el estado malayo de Sarawak y me dirigí hacia Kuching, la ciudad de los gatos, pero la carretera estaba inacabada por lo que recorrerla requería unas dos semanas de tiempo para alcanzar esa ciudad por medio de jeeps, machetes, comida enlatada, y haciendo escalas en diversas poblaciones habitadas por los dayaks para dormir. Era el año 1982.
Cuando llegué a Miri proseguí en autostop a Niah, donde me hospedé en un hostal (Youth Hostel) a orillas de un río.
Tenía la intención de visitar unas grutas colosales. En ellas se habían encontrado esqueletos de humanos que las habían habitado 40.000 años atrás. También eran unas grutas conocidas por los nidos de golondrinas y vencejos, cuyos excrementos eran muy valiosos y se vendían a los chinos para preparar con ellos sus famosas sopas. En cuanto a los excrementos de los millones de murciélagos que vivían en el interior de ellas, eran recogidos como guano para venderse como fertilizante.
La visita a esas grutas, me aseguró el dueño del hostal, es una de las más memorables de la isla de Borneo. Y, aconsejado por él, contraté los servicios de un guía de la etnia dayak para así no perder tiempo y visitar lo máximo durante un día entero por las grutas laberínticas, sin perderme las que mostraban dibujos prehistóricos.
Fue una visita muy didáctica. Al acabar, el guía me invitó a visitar a su familia en una casa de madera o Lamin House, a una media hora a paso ligero por un sendero de madera a medio metro del suelo. A veces nos teníamos que detener al ver que una serpiente atravesaba el sendero. Me encontraba en medio de la espesa jungla y todo el rato veía monos que saltaban de árbol en árbol, mariposas gigantes que nos sobrevolaban, enormes hojas de plantas que podrían envolver a una persona varias veces, y oía cantos de pájaros exóticos que no supe identificar.
Al arribar a su casa, el guía me presentó a su esposa y sus dos hijos pequeños. En esa casa vivían unas 100 familias de dayaks y todo en ella era común, como la cocina, una gigantesca sala de estar, o las luchas de gallos por apuesta. Debía medir unos 300 metros de largo por 15 de ancho y 3 de alto. A los dayaks se les conoce como cortadores de cabezas, pues esa era la actividad en el pasado para con los enemigos que capturaban, y que perduró hasta el año 1960.
La visita a esa Lamin House me produjo más satisfacción que el parque nacional de Niah.
Al día siguiente proseguí el autostop hasta Bintulu, donde tuve la suerte de abordar al poco tiempo un barco carguero de cabotaje hasta Kuching.
El viaje por mar y por tierra desde la ciudad filipina de Zamboanga hasta Kuching, a través del peligroso archipiélago de Joló, me tomó 40 días sin parar.