Navegantes empedernidos
Limitados por la complicada orografía de su territorio y las duras condiciones climáticas que habitualmente sufren, los noruegos han vivido tradicionalmente de cara al mar. Con un terreno muy poco apto para el cultivo, la pesca ha sido el principal sostén económico de su país a lo largo de los siglos. Tal y como se asegura que sus niños vienen al mundo con unos esquíes en los pies, podría afirmarse que en el pasado lo hacían con un arpón o unas redes en la mano. Navegantes contumaces, sus correrías marítimas se remontan a los tiempos en que los vikingos eran los dueños y señores del océano, medio donde se desenvolvían como pez en el agua. Expresión muy apropiada en este caso, sin duda. Prueba su pericia el hecho más que probable de que llegaran a alcanzar la costa americana varios siglos antes de que lo hiciera otro marinero ilustre, el genovés Cristóbal Colón.
Bygdøy es una antigua isla localizada en las inmediaciones de Oslo, que hace aproximadamente dos siglos quedó unida al continente debido a una elevación del terreno. Hasta entonces prácticamente deshabitada, desde que pasó a formar parte de la capital noruega fue poco a poco colonizada, aunque aún hoy día la mayoría de su territorio lo constituyen diversas zonas verdes y algunas de las mejores playas de la ciudad. Entre sus escasos vecinos el más ilustre es el rey de Noruega, que tiene aquí su residencia veraniega oficial. Pero los viajeros que se dirigen en ferry o autobús hasta Bygdøy no lo hacen generalmente para saludarle, sino con el propósito de visitar alguno de los hasta cinco interesantes museos que la ahora península alberga.
Como no podía ser de otra manera, casi todos ellos están relacionados con el medio marino, aunque sin renunciar a sus connotaciones particulares. Destaca el Museo de Barcos Vikingos, buen ejemplo del aura legendaria que rodea a todo lo relacionado con esta civilización. En él se muestran navíos localizados en varios yacimientos, entre ellos el famoso Oseberg, que presenta un muy buen estado de conservación. El Museo Marítimo Noruego exhibe diversos motivos relacionados con la vida en el mar, incluyendo el velero Gjøa, que pasó de simple barco de pesca a ser usado por Amundsen en una de sus expediciones árticas. Tal abundancia de material marítimo puede resultar un tanto monótona, pero siempre queda la opción de darse una vuelta por el Museo del Pueblo Noruego. Allí se conservan varias decenas de edificaciones tradicionales, traídas desde diversos puntos del país.
No terminan aquí las embarcaciones legendarias, pues el visitante no debería perderse el velero Fram, tan ilustre que se merece un museo para él solito. Decisión ésta para nada exagerada, especialmente si se tiene en cuenta que este barco era el más resistente en su época. Fue diseñado para que aguantara el hecho de quedar atrapado entre los hielos árticos y poder llegar hasta el Polo Norte flotando junto a ellos. No fue nada extraño pues que Roald Amundsen eligiera este navío para su expedición a la Antártida, durante la cual se convirtió en la primera persona que consiguió llegar hasta el Polo Sur. Fue precisamente ése el viaje postrero del Fram, que hoy, transcurridos casi cien años de aquellos gloriosos momentos, se muestra en su museo tal y como lo vieron los ojos del mítico explorador noruego.
No le andaba a la zaga como aventurero su compatriota Thor Heyerdahl, cuyo enorme interés por la antropología le llevó a planear expediciones a la manera de cómo se supone lo hicieron civilizaciones pasadas. En una de ellas fue desde la costa de Perú hasta la Polinesia a bordo de la balsa Kon-Tiki, para demostrar que los pueblos precolombinos podían haber colonizado islas del Pacífico siguiendo esa ruta. Más adelante, consiguió llegar desde Marruecos hasta la isla de Barbados a bordo del Ra II, hecho que no sorprendería si no fuera porque el material usado en exclusiva para construir la lancha fue el papiro. Ambas embarcaciones descansan en el Museo Kon-Tiki, situado asimismo en Bygdøy, y me parecieron la prueba fehaciente de que a pueblos geográfica y cronológicamente tan distantes los unen muchos más rasgos de los que los separan.
Me encantaron los 3 museos y la verdad es que no podría decantarme por ninguno de los 3. Además, están tratados con muchísimo encanto y son muy didácticos. La verdad es que yo no conocía la historia de la Kon-Tiki cuando visité el museo y me pareció tremenda! En fin, que pienso que hay que reivindicar Oslo, una ciudad con un muchos sitios de interés, incluido el museo de Munch o el Parque de Vigeland. Eso sí, un pelín carilla…
A mí me gustó mucho Oslo, quizás porque fui con pocas expectativas debido a las malas opiniones que había leído sobre la capital noruega. Como suele ser habitual, cada uno cuenta la feria según le va y lo que es malo para unos para otros no lo es tanto. E incluso no me pareció del todo cara, porque venía de Islandia cuando este país nórdico estaba en su apogeo económico.
Los museos de Bygdøy me parecieron muy interesantes, incluido el Museo del Pueblo Noruego, donde está la maravillosa iglesia de Gol. Creo que la mayoría de visitantes a Noruega pasan de ellos porque solo están interesados en ver naturaleza. Lo cual me parece un error, porque el país escandinavo es mucho más que eso.
Muchas gracias por tu comentario.