Mogao (por Jorge Sánchez)
Iba viajando por el oeste de China junto a una viajera inglesa. En Lanzhou abordamos un tren hasta Liuyuan, y de allí, al haber perdido por unos minutos el único bus diario a Dunhuang, a unos 150 kilómetros de distancia, hicimos autostop y pronto un camión paró y nos llevó. Ese día ya era tarde para visitar las cuevas, así que buscamos un alojamiento en Dunhuang, ciudad en medio de un oasis. Al día siguiente abordamos un autobús al sitio y nos presentamos en la taquilla bien temprano. La visita no se puede hacer en solitario; tuvimos que esperar a formar un grupo. Al final seríamos unas 20 personas, de las cuales unas 18 eran chinas. Todo estaba controlado y por doquier había letreros que te prohibían hacer fotografías.
Hay más de 400 cuevas en Dunhuang, pero esa guía sólo nos llevó a unas 10, y tras cada visita la guía cerraba la cueva con cerrojo. Finalmente nos abrió una especie de centro de interpretación. Aún tuvimos un poco de tiempo libre para visitar a nuestro aire las grutas que no estaban cerradas con cerrojos. La primera fue la cueva que más nos gustó. La estatua de Buda no era tan grande como otras que veríamos, pero exhalaba una gran fuerza interior. Mi amiga y yo nos quedamos como hipnotizados observándola. Los turistas chinos, al ver nuestro interés, también miraron la estatua, pero no le hicieron ni caso.
Estábamos haciendo la serie de los 3 sitios budistas más remarcables de China. Unos días atrás habíamos visitado las grutas de Yungang, en la villa de Datong. Tras Mogao nos faltarían aún las cuevas de Longmen para completar la trilogía. Hay más cuevas budistas en China, muchas más; algunas también son Patrimonios Mundiales, como las de Dazu. Pero las de Bezeklik (cerca de Turfán), que son interesantísimas, no están contempladas por UNESCO, ni siquiera figuran en la lista indicativa. Imagino que con los años todas esas cuevas acabarán siendo Patrimonios Mundiales. Tras la excursión regresamos a Liuyuan en autobús, y allí abordamos un tren hacia Turfán.