Misiones paraguayas (por Jorge Sánchez)
El día anterior había visitado la misión jesuítica de San Ignacio Miní, en la provincia argentina de Misiones. Al trato poco cordial de sus porteros se añadió lo exagerado del precio de entrada, y me sentí timado (existen allí diferentes tarifas según las nacionalidades, y la mía era la más cara, carísima para unas ruinas en estado lamentable, y más teniendo en cuenta que tanto la población de San Ignacio como las misiones jesuíticas habían sido erigidas por los españoles).
Pero en Paraguay me vendieron por el equivalente a sólo 4 euros tres billetes para visitar las misiones de La Santísima Trinidad del Paraná, la de Jesús de Tavarangüe, y finalmente la de San Cosme y San Damián. Es decir, me salió el precio de misión a 1.33 euros, o unas 15 veces más barata que la de San Ignacio Miní.
En un largo día, desde la ciudad paraguaya de Encarnación, me dio tiempo a visitar, en diversos autobuses, en autostop, en moto y a pie, las tres misiones jesuíticas, a cual más interesante y fascinante, en mejor estado que la argentina de San Ignacio Miní, con excelentes folletos explicativos que me regalaron (cosa que no me dieron en la misión argentina). Además, en la primera las porteras me invitaron a desayunar en el excelente museo de la misión, en la segunda una joven guía se ofreció para explicarme el lugar durante más de una hora señalándome los elementos mudéjar de la arquitectura y el simbolismo de sus relieves. Y en la tercera tuve tres guías, uno sobre la misión en general, otro sobre las maravillosas tallas de madera de la iglesia, y el tercero fue un profesor en astronomía que me mostró el reloj de sol de la misión y me dio clases magistrales de su ciencia una noche estrellada en su observatorio astronómico dentro de la misión, pues su fundador, el sacerdote jesuita Buenaventura Suárez (descendiente de Juan de Garay, el fundador de las ciudades de Santa Fe y, por segunda vez, de Buenos Aires), fue un experto astrónomo, el primero del Hemisferio Sur.
Los conocimientos, tanto arquitectónicos como históricos que me fueron transmitidos ese largo día por los empleados paraguayos de esas tres misiones (de las treinta que hoy existen repartidas entre Paraguay, Argentina y Brasil), fueron de un valor incalculable. Aprendí sobre los siniestros paulistas, o bandeirantes, los criminales esclavistas portugueses (con ayuda de indios locales) que desde Brasil se internaban en Paraguay a capturar indios guaraníes para esclavizarlos y venderlos, sobre la expulsión de los Jesuitas por Carlos III, sobre los estudios que realizaban los guaraníes en las treinta misiones jesuíticas, entre ellos música, astronomía y tres lenguas (guaraní, español y latín). Ya me hubiera gustado a mí ser educado en mi infancia como un indio guaraní de aquellos tiempos, y no como se estudia hoy en España, robando el alma a los niños por una educación dirigida por comisarios políticos, que tratan de adoctrinarte, y aún es peor en algunas regiones periféricas de nuestro país.
Naturalmente, no tuve tiempo de regresar ese día a Encarnación, por lo que pasé la noche en una posada de San Cosme y Damián, junto al observatorio astronómico, cenando una deliciosa sopa de pescado al estilo paraguayo. Dormí feliz, como un lirón, por el rico día en conocimientos e impresiones dichosas que acaba de vivir. Por la mañana me marché a seguir viajando a otra parte.