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Grecia

Meteora (por Jorge Sánchez)

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Unos 40 años atrás, encontrándome en Tesalónica, decidí visitar Meteora, un extraordinario lugar con rocas gigantes surgidas de una llanura, en cuyas cimas se hallaban monasterios asombrosos. Era jovencito, delgado y sin barriga, con pelo de color negro, y viajaba en autostop para ahorrar el poco dinero que tenía y así alargar el viaje.

Caminando hacia la salida de Tesalónica, unos italianos, que habían estado conmigo días atrás en el Monte Athos y me reconocieron del barco desde Uranópolis, pararon y me depositaron en la salida de Tesalónica, desde donde inicié el autostop, y esa misma noche, vía Larisa, alcancé la población de Kalambaka, vecina a Meteora.

Caminé unas tres horas, hasta que en la oscuridad pude distinguir el primer monasterio. Ascendí los escalones. Sería la medianoche. Piqué en la puerta pero no me abrieron, así que me quedé a dormir sobre los peldaños.

Al amanecer me abrió la puerta un monje ya mayor, y entré, siendo invitado a café y unos dulces que llamaban baklava. Fue entonces que aprecié el inolvidable panorama que ofrecía el lugar. Aquello era de verdad maravilloso, tan fantástico que parecía irreal; estaba más allá de la imaginación.

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Los monjes me contaron historias prodigiosas sobre aquellos monasterios. En el pasado, antes de que se construyeran los escalones, los monjes eran izados a ellos mediante poleas y canastos, y cuando los turcos invadieron Grecia, algunos monjes podían levitar y alcanzar de esa manera los cenobios.

El interior de los monasterios estaba preñado de coloridos frescos, lámparas y manuscritos de gran valor artístico. Pero lo mejor es la sensación de encontrarse allí arriba, lo que unido a las vistas espectaculares que ofrecía el lugar; uno parecía estar en éxtasis todo el tiempo.

Antiguamente había veinticuatro monasterios activos, prohibidos a las mujeres, pero en la actualidad solo unos pocos estaban habitados, uno de ellos por monjas, y hoy en día ya se permite la entrada a las mujeres.

Visité los tres monasterios principales y luego comencé el autostop hacia Atenas, adonde llegué de noche ese mismo día.

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