Menorca talayótica (por Jorge Sánchez)
Cuando leí que la candidatura a patrimonio mundial de Menorca talayótica había sido aceptada en la sesión del año 2023 de UNESCO y que representaba el patrimonio mundial número 50 español, me alegré y pensé que la adjudicación había sido bien merecida.
Como sea –me dije- he de verlo pues de los 50 patrimonios españoles que existen a día de hoy ya llevo visitados 48 y solo me quedan dos por conocer: éste en la isla de Menorca, más Risco Caído en la isla de Gran Canaria.
La cultura talayótica se desarrolló en las islas de Menorca y Mallorca desde –aproximadamente- el año 1500 hasta el 123 antes de Jesucristo, cuando los romanos conquistaron las islas Baleares. A esta cultura se la denomina talayótica debido a los talayots (palabra que en menorquín significa pequeñas atalayas), o unas estructuras de piedras encajadas sin cemento, cuya función podría haber sido la de torres de vigilancia, de defensa, marcadores de territorio o, lo más probable, recintos sagrados donde se practicaban ritos religiosos y funerarios.
España propuso la inclusión de 25 de tales sitios talayóticos, pero UNESCO solo aceptó 9, de los cuales yo llegué a conocer 3 durante los 3 días de mi estancia en Menorca en el mes de septiembre del 2023.
Justo a la salida del aeropuerto de Mahón, a apenas 50 metros de distancia, se halla uno de estos sitios (de los que no fueron seleccionados por UNESCO). En su entrada hay un letrero donde se indica que aquel complejo circular se llamaba Casa Talayótica de Biniparratx Petit y pertenecía a un poblado. En su interior, y gracias a los letreros, vi el lugar donde estaba la cisterna para recoger el agua de la lluvia, dos dormitorios, más una sala de reunión de los moradores y otra de trabajo.
Como Mahón quedaba a solo 4 kilómetros de distancia del aeropuerto y en la oficina de turismo me habían informado de que durante el camino me encontraría 3 vestigios de la cultura talayótica, decidí ir a pie a la ciudad.
La siguiente escala fue un poblado en peores condiciones de preservación que la Casa Biniparratx y no me impresionó. Pero el tercero y último del día, ya en la entrada a Mahón, detrás de un cementerio siguiendo el viejo camino de San Luis, fue espectacular y ese sí que estaba comprendido entre los 9 sitios arqueológicos elegidos por UNESCO. Se llamaba Poblado de Trepucó.
Ese complejo monumental hacía honor a una frase utilizada en Menorca para promocionar la visita a la cultura talayótica: ‘Una odisea ciclópea insular’.
El lugar se hallaba a cielo abierto, sin protección, sin guardianes y no había que pagar entrada, lo cual me extrañó pues cualquier gamberro podría entrar y cometer actos de vandalismo (como de hecho ya se han producido en diversos complejos arqueológicos de la isla). Unos cuantos turistas españoles habían aparcado el coche a la entrada del recinto y se dirigieron hacia el talayot. Yo les seguí. Se calcula que existen unos 300 talayots en toda Menorca.
Además del imponente talayot vi a pocos metros de distancia una taula, o dos grandes piedras en forma de letra T. Según los estudios de un arqueólogo menorquín de los siglos XVIII y XIX, esas taulas ejercían funciones de altares donde se colocaban cadáveres humanos. Otra hipótesis sostiene la idea de que sobre esas taulas se sacrificaban animales.
Tras una visita de alrededor de una hora proseguí a pie hasta el centro de Mahón, asentamiento fundado por los cartagineses. Al llegar, intenté localizar –en vano- vestigios significativos de los casi 100 años en los que Menorca perteneció a Reino Unido, pues había leído en un folleto de la oficina de turismo que fue una isla inglesa hasta el Tratado de Amiens del año 1802, mediante el cual Menorca fue devuelta a España, pero, a cambio, España cedió la isla de Trinidad –en Trinidad y Tobago- a los ingleses.
De Mahón viajé en autobús a Ciudadela dispuesto a conocer al día siguiente otro de los 9 sitios elegidos por UNESCO, el más icónico, el más famoso y fotogénico de la cultura talayótica: Naveta des Tudons.
Dejé bien temprano Ciudadela y caminé hacia la Naveta de Tudons, situada a unos 5 kilómetros de distancia. Solo hice una parada a la salida de la ciudad para desayunar un café con leche más una ensaimada de cabello de ángel, especialidad gastronómica de la isla.
Al llegar al recinto había que atravesar unas verjas. En una caseta se ubicaba la recepcionista. La entrada al complejo era de pago (apenas 2 euros), pero dio la casualidad de que ese día era gratuito. La recepcionista me entregó un folleto explicativo del sitio más un trozo de queso de Mahón y un carquiñol.
Tras caminar unos 300 metros llegué a la naveta, palabra que la RAE define como monumento megalítico de Baleares, de la Edad del Bronce, con forma de nave invertida.
Esa naveta era muy estética, atraía poderosamente la atención, tanto que me senté durante más una hora en unos bancos vecinos protegidos del calor del sol por unos árboles. No me cansaba de admirar esa naveta y dar vueltas alrededor de ella. Su entrada estaba protegida por unos barrotes de hierro para evitar que nadie entrara. Se calcula que alrededor de 100 cadáveres se llegaron a almacenar en su interior. Esa naveta era un sepulcro colectivo y en él se hallaron posesiones de los difuntos, tales como collares y pulseras de bronce, objetos de cerámica y de hueso, etc. Naveta des Tudons se traduce como Nave de las palomas torcaces.
Durante el vuelo de regreso a la península Ibérica me sentía tan contento, tan gallardo, tan alborozado por haber conocido mi UNESCO español número 49, que lo primero que hice al aterrizar en Barcelona fue contactar a unos amigos para viajar juntos unas semanas más tarde con destino Gran Canaria, y poder así visitar mi último UNESCO español: Risco Caído.